Enfadados

85 9 10
                                    




Ha sido maravilloso pero la realidad me atropella sin compasión. Tengo que volver al trabajo y el cuerpo del griego que tengo encima no me deja moverme.

—Ezio no me puedo mover —me quejo intentando que se aparte.

—¿Dónde vas? —pregunta con algo de pereza.

—A trabajar guapo...—me siento y tira de mí hasta acostarme de nuevo —...es mediodía.

Sisea y niega con la cabeza. En un inicio me hace reír y nos besamos pero luego se pone en plan dominante y nos cabreamos.

—No,te quiero solo para mi.

—Ya, pero tengo un trabajo que mantener —me suelto nuevamente y me levanto.

Sale de la cama tan desnudo como yo y me lleva a la ducha en brazos. Nos mete bajo el agua y se vuelve a poner exigente.

—Mi jefe se mosquea si no lo hago y quiero cobrar —intento bromear mientras me llena de besos la espalda.

Pongo mis manos en la pared de azulejos soportando así los empujes de su cuerpo manoseado el mío. Es muy seductor y sus demandas a mi piel me vuelven loca.

—El jefe soy yo y tú eres mía —hurga entre mis piernas y gime cuando me encuentra húmeda y resbaladiza.  Yo también jadeo al sentir como hunde los dedos en mi.

—Ezio no me jodas que necesito el dinero —me aprieta desde adentro y gimoteo moviéndome contra su mano.

—Yo te lo pago todo —me muerde un hombro y presiona mi clítoris mientras el agua nos moja a los dos.

—No soy una prostituta —ahora estoy cabreada y sus dedos salen enseguida de mi.

—No he dicho eso —me da la vuelta y le enfrento.

—Lo has insinuado —sostengo seria.

—¡Quiero tenerte!

Pone las dos palmas a los lados de mi rostro, inclinado sobre mi buscando mis ojos con los suyos impresionantes.

—Y me tienes pero como me sigas tratando así no me vuelves a tocar en tu vida —le beso los labios y me aparto.

Salgo por debajo de sus manos y me escapo de su camarote. Se ha quedado traspuesto en la ducha y he aprovechado la oportunidad para salir corriendo antes de que me meta en la cama de nuevo y siga dominando todo de mí.
Puedo ser suya en la cama pero nada más...no soy obediente y desde luego no me someteré nunca más. He huido de eso y así pienso dejar que siga el curso de mi vida.
Algo me dice que este griego es demasiado controlador y no puedo dejar que me convierta en su juguete.
De todos modos estamos cerca de acabar esta aventura y necesito el dinero para escapar de lo que ya escapo.


(...)


—¡Ahí está tu chico! —bromea mi amiga como si Ezio no viniera con Tullio.

—No somos nada —mascullo cambiando de bandeja —. Y, más bien diría yo que es tú chico el que está allí.

—No sabes como me gusta pero creo que es bipolar —me río a carcajadas llamando la atención de más personas —. No te rías que es verdad.

—Todos los hombres son bipolares amor, no es Tullio el único.

Ahora es su turno de reírse y me da una nalgada cuando salgo con mi bandeja hacia la mesa de un turista que me ha pedido vino blanco.

Por el camino intento no mirar a Ezio pero le veo con la vista periférica y sus manos se unen bajo su barbilla observando todo lo que hago. Menos mal que no me toca su mesa.

—Tienes una sonrisa encantadora —me halaga el cliente —. ¿Por qué la usas tan poco?

Es moreno, joven pero con más años que yo, tendrá cerca de cuarenta y no puedo negar que es guapo pero no creo que esté coqueteando, más bien luce introspectivo.

—Hay días que se escapa de mi control pero general no la dejo lucirse —le susurro mientras recojo la mesa.

No suelo ser amistosa ni mucho menos pero algo en él me produce ternura y empatía.

—Pues te queda muy bien...me recuerdas a alguien cuando sonríes y ha sido fabuloso verte hacerlo.

—Pues estaré atenta la próxima vez para regalarle ese momento —termino y me alejo.

Casi llego a la cocina a dejar todo en el fregador mágnus cuando tiran de mi y ya sé de quien se trata.

—¡¿Coqueteando con otro?!
Resoplo y me suelto la mano que me tiene apretada. Es agotador a veces.

—Estoy trabajando, Ezio —reclamo cansada.

—¿Qué te dijo ese tío?

—Que le gusta mi sonrisa —no tengo por qué mentirle. Él gruñe y continúo —. Le recuerdo a alguien. Es todo. ¿Me quieres soltar?

—Estaban coqueteando.

—¿Sabes qué...? —me suelto con ira —. Piensa lo que quieras. No tengo que darte explicaciones por algo que no he hecho. Me gustas tú, me acuesto contigo y si me vas a tratar como una zorra...puedes irte al demonio tú y tus manías controladoras obsesivas.

Me resulta increíble que el mismo tío que hace unas horas me estaba haciendo suya y venerando mi cuerpo, ahora se muestre como un capullo gilipollas. Uno que pretende que me postre a sus pies y de paso les de una lamida. Creo que he sido yo misma la que me he puesto en esa tesitura al mostrarme tan entregada a sus encantos. Es que soy patética. Mi enfado muta a decepción hacia mi misma.

Paso la tarde enfadada, y finalmente decido dormir unas horas antes de que empiece la jornada nocturna.

Nuestro enfado puede que estropee todo lo demás, o no...no lo sé. Solo tengo claro que enfadados o no, la vida luego de esta noche se nos complica...y de la peor manera.





Señor Griego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora