El nuevo rumbo

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Todavía le veo las amígdalas a mi amiga que no ha podido cerrar la boca desde que empezó a escuchar lo que le confesé acerca de la vida de Capolli.

Ella sabía que era peligroso, su apariencia y el control que siempre ha ejercido sobre mi lo confirman; pero saber de mi propio testimonio lo que sucede en su ilegal realidad, es digno de asombro. Lo sé. No me extraña que ella alucine. Todo parece sacado de una novela de la mafia.

—¿Por qué nunca lo has denunciado? —cuestiona finalmente —.¿ O a tu padre, Mell? No es la época de las cavernas. Hay leyes...

—No para esa gente, Cindy. La policía son ellos mismos. No entenderías. Y mi padre...—hago un gesto amargo —...eso no es un padre pero yo sí soy una hija. Prefiero irme donde no lo vea nunca más. Al menos ahora tengo esa posibilidad.

Observo cabizbaja mis pies dentro de los zapatos blancos de tacón y me doy cuenta por primera vez de lo demente que debe lucir mi aspecto.

Llevo años tratando de salirme de su radar. Incluso me fui de la ciudad en su día y siempre me encuentra. Es como si pudiera tenerme vigilada por un maldito satélite espacial. Es absurdo denunciar a alguien que trabaja directamente con la plana mayor del sistema judicial del país.

—Tengo una idea —espeta de repente. Y se mantiene pensativa un poco más.

—Tengo que salir del país, amiga —le confío mis planes improvisados —. Voy a buscar un grupo de migrantes y me perderé por el mundo. Si voy de ilegal, no dará conmigo y tengo dos joyas suyas encima que puedo vender en cualquier sitio. Un poco de dinero es más que nada.

—Eso mismo pensaba —explica y me toma de la mano. Desde ese momento pone sus propios planes en marcha.

Lo siguiente que sucede es muy convulso. Tenemos solo un par de horas antes de zarpar el crucero. Dos horas para hacer que sea yo quien tome el sitio de alguien ahí dentro. De cierta forma eso es similar a lo que había planeado.
Ella me lleva a su camarote y me pone una peluca, ropa suya y gafas de sol además de una gorra para camuflarme y bajamos del crucero nuevamente.

Los de seguridad me identifican como Martha, la amiga de Cindy que llamó a última hora para avisar que no podría abordar y dejó incluso su documentación en el barco.

Mi amiga me insistió para que suplante a Martha y teniendo sus documentos y siendo joven como ella, no me parece muy descabellado. A fin de cuentas su trabajo aquí, no puede ser complicado.

Sé que pueden acusarme de usurpación de identidad pero nada es peor que ser rastreado por Mauro. Además de que no tienen por qué saber de mi. ¿Quién va a delatar a una camarera de tres semanas en un crucero?

Así que así de fácil me decido a hacerlo y vamos a comprar un tinte negro como el tono de Martha para mi cabello dorado y vendemos las joyas por muchísimo menos de lo que valen pero hacemos algo de dinero para cuando me tenga que bajar del barco una vez llegue a las islas griegas, que es el destino final. No pienso volver a aquí a Italia nunca más.

La seguridad me entrega mi pase para la nave y dos horas después estamos navegando lejos de mi pasado. Porque eso es ahora ese sitio y ese hombre...pasado.

(...)

—Es que yo pensé que sería camarera o algo... —balbuceo en voz baja para Cindy.

—Por las mañanas sirves desayunos en el restaurante y te toca el área de la piscina durante la tarde pero las noches es esto, Mell. No hay de otra.

Tengo que asentir para mi amiga porque ella me ha ayudado como nadie haría y está poniendo su propio pellejo en riesgo por mi. Tengo que apechugar.

—Madre mía, cariño... —suspiro.

Ella se sonríe y me explica que sí, que el trabajo es duro y solo libramos los lunes en la noche pero la paga es buena y en mi caso no hay opción. Tengo que hacerlo.

Estoy de polizón en un barco donde no me han contratado a mí además de huir de la delincuencia organizada, la verdad es un mal necesario  y al final haré un dinero para cuando toque tierra en donde pueda sobrevivir otra vez.

—Me siento una prostituta —susurro intentando taparme un pecho, bajito para que las otras dos chicas con las que bailaré durante estas tres semanas no me oigan y se ofendan.

No es que sea algo denigrante ni humillante pero nunca me ví en esta tesitura. Aunque supongo que la otra era mucho peor.

Tengo que hacer bailes eróticos a clientes del barco que pagan mucho dinero por estas cosas y además puede que tenga que ofrecer pases privados también. Solo que no pueden tocarme. Eso me relaja. Aunque yo sí tendré que tocarme a mi misma de forma sugerente si pretendo erotizar a alguien. El publico consiste tanto en hombres como mujeres. Solo para gente con dinero y estatus vip.

Somos cuatro chicas que bailamos. Hay otras nueve que son una especie de streepers y una encargada de los cambios de ambiente y de todas nosotras.

Me he acoplado muy bien a todo el lugar y como nadie conocía a Martha, no hemos tenido problemas más allá de mis inseguridades.

Soy bailarina por suerte; pero Mauro jamás dejó que bailara en ningún lugar. Solo el estudio. Y cada vez que conseguía un empleo me lo estropeaba.

Alejo su enfermizo rostro de mi mente y me dejo instruir por las más experimentadas en este trabajo, me visto con el tanga rojo, un top muy revelador y una especie de mini tutú para bailar, del que cuelga una cola de diabla. Vamos descalzas, algo que amo. El panorama me parece surrealista pero aparca mis quejas y agradezco poder saborear un poco de libertad a la par que acepto finalmente mi decisión.

—¡¿Lista?! —pregunta Cindy.

Asiento y soy entregada al salón donde me esperaba un tubo metálico del club donde me escondo de un maldito miserable que incluso desde lejos y desde la inconsciencia, me hace hacer cosas que jamas creí que haría.

Aquí tengo que esforzarme ahora por sostener los pedazos de mi vida, hasta que logre juntarlos y volver a empezar.

El nuevo rumbo de mi vida es turbulento pero al menos es mío, y nadie me somete...nadie más allá del destino.

Cuando mis manos se aferran a la barra vertical de metal, cruzo una pierna de forma sensual y unos ojos que parecen dorados entre las luces, me observan tan endemoniadamente fijos, que me recorre un escalofrío por todo el cuerpo y siento que el dueño de esos ojos ambarinos me desea desde la distancia.

Algo en ese instante me domina y empiezo a bailar al ritmo de la música, sin dejar de busca sus ojos entre la multitud que me ovaciona en cada movimiento sensual que  improviso.

No sé por qué pero hay algo estimulante que me atraviesa, en cada segundo que paso bajo la mirada de ese desconocido.

Voy rumbo a lo desconocido y puede ser que incluso lo disfrute.



Señor Griego Where stories live. Discover now