El reinado del Dragón

37.

—Chimuelo.

—Dime.

—¿Averiguaste algo sobre lo que te pedí?

—No descubrí nada de utilidad. No tenemos idea de por qué pueden comunicarse así.

—Qué cosa tan rara.

—La verdad es que sí. Tal vez Laura sepa.

—Claro, y yo le preguntaré encantada.

—¡Y bueno, mujer! ¿Qué quieres que haga? No soy adivino y no tengo más información. Te toca buscar nuevas fuentes.

—Tengo otras cosas para hacer. De momento lo dejaremos como algo de príncipes mellizos. Soy una bruja poderosa y él tiene poderes mentales. No es tan descabellado que tengamos esta habilidad. Yo también puedo controlar la mente, pero a menor nivel.

—Puede que tengas razón. ¿Cómo te estás llevando con tu hermanito?

Una sonrisa apareció en mis labios y comencé a contarle todo lo que pasamos la noche anterior y durante la mañana, antes de encontrarme con él.

—Todo lo que me contaste está muy bien, pero no me respondiste.

—¡¿Cómo qué no?! ¡Le compré el desayuno! Solo lo hago por X. Creo que está más que claro que me cae bien.

—Y dejaste que Sabrina estuviera con ustedes.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—¿Ya son amigas?

—Ya no quiero matarla. Es un gran avance.

—Y espero que siga así. Deberán pasar tiempo juntas para tu entrenamiento. Será mucho más fácil si no intentan matarse.

—Daré lo mejor de mí. ¿Contento?

—Quiero hechos, no palabras.

Luisa entró en casa con una caja de joyería en la mano y una gran sonrisa en su rostro.

—Sí, sí. Hablamos luego.

Corté la comunicación. Luisa y Nancy me sorprendieron con la rapidez de su trabajo. Mi amiga me había llamado quince minutos atrás para avisarme que el traje estaba listo. Entonces encerré a X en la habitación de invitados.

—Espero que te guste.

Cuando abrí la caja, encontré un precioso collar con cadenas plateadas y un dragón negro con sus alas extendidas. Ahí dentro estaba mi traje.

—Es hermoso.

—Pruébatelo —pidió yendo a mi habitación.

—¿Cómo funciona?