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A las dos de la tarde, Victor y yo volvemos a la playa, pero como el sol sigue sin salir, nos hemos decantado por jugar a las palas. A ver quién de los dos juega peor. No conseguimos ni dar tres bolas de seguido. Pese a dar pena, nos lo estamos pasando bien. Vamos tarareando canciones de Disney y retándonos con preguntas cinematográficas.

- Dejando aparte Disney, ¿Qué estilo de películas te gusta ver?, le pregunto.

- Me gustan mucho los musicales, por las canciones y los bailes.

- ¡a mí también! Victor, tenemos muchos puntos en común. Tengo suerte de conocerte.

- Somos tal para cual. ¿Te apetecería abrir un coco? Nunca he abierto uno, pero conozco la teoría de cómo hacerlo.

- Los jardineros dejan todos los cocos detrás de mí bungaló. Vamos y escogemos uno para cada uno.

Para saber si un coco es bueno o no hay que acercárselo a la oreja y moverlo un poco para escuchar la cantidad de leche que tiene. Cuanta más leche, mejor estará el coco. Aquí estamos, rebuscando entre una montaña de cocos para escoger el mejor de ellos. Con el coco ganador en la mano, nos ponemos a buscar el utensilio que nos ayudará a abrirlo. Una piedra. Pero no sirve cualquier piedra. Esta tiene que ser puntiaguda y fuerte para poder utilizarlo como un cuchillo y poder quitar la cáscara que cubre la nuez.

Como buena pardilla que soy, me pensaba que los cocos crecían en los árboles tal cual los veía en el supermercado. Pero no es así, estas frutas están cubiertas de una cáscara amarillenta formada por muchas fibras bastante fuertes que puede llegar a tener hasta cinco centímetros de grosor. Por eso la piedra elegida tiene que ser fuerte. El primer paso es hacer una fisura en la cascara. De este modo podemos desmenuzarla poco a poco tirando de los filamentos. Es como pelar un plátano, solo que cuesta muchísimo más.

- Pero Laurie ¿Qué intentas hacer cogiendo el coco con los pies?

- No lo ves, quitar esta parte de la cáscara. Hago presión con los pies para hacer efecto palanca y además poder tirar con todas mis fuerzas.

- Te vas a hacer daño al final. No puedes ir poco a poco como yo.

- Tú vas muy lento, me desespero.

Después de una hora y media de pelea sin descanso con el coco, consigo quitar toda la cáscara exterior. Ahora tengo en mi mano lo que vemos en los supermercados. Para extraer la leche de coco, abrimos un pequeño agujero con la llave del bungaló en uno de los tres orificios en disposición triangular. Una vez extraída la leche o agua de coco, tenemos que partir corteza. Victor, con suma paciencia, la va dando golpecitos hasta que la nuez se parte en dos. Personalmente, estaba dispuesta a coger la nuez y estamparla contra el muro para partirla. Pero para evitar parecer una salvaje, me decanto por imitar la técnica de Victor.

- ¿Victor, falta mucho para pelar el coco? Empiezo a tener hambre y llevamos un buen rato. Esto es mucho esfuerzo para poca comida.

- Paciencia Laurie, paciencia. Lo bueno se hace de rogar, ya verás que bueno está.

Aunque creía que esto no tendría fin, después de muchos golpes, la corteza se empieza a despegar de la parte comestible. Por fin, tengo un trozo de coco en mis manos. Sin pensarlo dos veces me lo llevo a la boca para degustarlo. Puede que sea por el trabajo de casi dos horas, pero tengo que decir que esto me sabe a gloria. Los cocos que he comido hasta la fecha suelen estar secos y sin mucho sabor. En cambio, este es como si tuviera una explosión de sabores en la boca. Es muy dulce y tierno. Tengo que confesar que el trabajo ha valido la pena. Encima sabiendo que tengo los cocos detrás del bungaló, me voy a hinchar a comer todos estos meses.

No hay amor en Bora BoraWhere stories live. Discover now