Capítulo 20

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Eris.

Entré junto a Camille a la sala de interrogatorios, no quería hacer esto, pero sabía que debía, por el bien de la misión que me habían encomendado.

—Kennet. —Llamé la atención del hombre que sonrío al verme, era una sonrisa sombría y que reflejaba que sentía una victoria al volver a verme ahí con un plato de comida para él. Sabía que debía ser cuidadosa, pero no pude evitar tirarlo sobre la mesa sin preocupación, así era como él solía alimentarme.

—Es bueno verte, hija. —Detestaba cuando me llamaba así. —Supongo que vienes a hablar, si es así te puedo contar sobre algunas historias que he escuchado en los pasillos...

—Sabes que no me puede interesar menos esas historias tuyas, —Le corté rápidamente. —quiero que me digas si conoces a este hombre. —Puse frente a él una foto de Zeus, pero ni siquiera se inmuto.

—Conozco a mucha gente.

—Responde.

—No lo sé, he perdido la memoria en este encierro. —Él sonrío, estaba jugando conmigo. Miré como iba a tomar el plato pero rápidamente se lo quité. —Hey, eso es mío.

—Dijiste que hablarías si te traía algo de comida.

—Estoy hablando. —Se quejó. —Ve a hablar con tu madre, de seguro tiene mejor memoria que yo.

—Sabes que ella se corta la lengua cada vez que la generan. —Él se encogió de hombros. —¿Lo conoces? —Volví a preguntar.

—¿Qué pasaría si te dijera que sí? —Él me miro seriamente. —¿Es parte de su investigación?

—Responde lo que te estoy preguntando. No estoy de ánimos para esto.

—¿Cómo siguen tus manos?, deberías dejar de usar esos guantes. —Yo lo miré confundida. —Camille, tú eres su maestra y no desarrollas todo tu potencial. —Miré a la mujer que permanecía en la esquina de la habitación junto a los guardias.

—Él no hablará. —Camille soltó un suspiro, pero no pude evitar preguntarme si ellos sabían sobre lo que pasaba con mis manos.

—Tú deberías saber qué pasaría si hablara, ¿por qué siguen engañándola?, tú también lo conoces. —Él empezó a reír. —Estas rodeado de mentirosos, Eris.

—Llévenselo. —Camille casi gritó haciéndome brincar. Nunca le había visto así.

—Hey, —Volví mi mirada hacia Kennet y él puso su dedo en mi frente, lo último que pude ver fue como los guardias lo detuvieron y mi vista se fue a negro.

Caminaba por el bosque, era el único momento del día en donde podía salir de casa, papá y mamá me miraban desde lejos. Miré a las aves que volaban sobre mí y me preguntaba como se sentiría volar libremente como ellas, ¿yo algún día podría volar lejos de acá?

Papá y mamá decían que hacían todo esto por mi bien, pero dolía cada vez que me hacían tocar esas piedras brillantes, hacía que mi cuerpo ardiera y ellos no me dejaban soltarlas hasta que el doctor lo ordenara. Si lo hacía, ellos me volvían a golpear hasta que aprendiera a soportar el dolor, decían que lo hacían para hacerme más fuerte y ellos sólo querían cuidarme de los monstruos que estaban fuera de nuestra aldea.

Decían que sería tan fuerte para salvarlos a ellos de todo mal, por eso cuidaban así de mí, pero no podía evitar preguntarme si el resto de los niños que veía corriendo felices también pasaban por esto. Si ellos eran felices de saber que podrían cuidar de sus padres, porque yo no lo era.

Escuché las hojas sonar y miré al gran lobo negro que me miraba directamente, sonreí porque siempre venía a hacerme compañía. Cuando se acercó acaricie su cabeza y se recostó en el suelo, decidí acompañarlo, de todas formas, me sentía cansada. Él siempre me hacía compañía en este lugar y a mi me gustaba acariciar su cabeza en donde tenía una mancha blanca como un rayo.

La Guerra de ErisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora