Capitulo 5

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"Sobre mi corazón que ya se encontraba seco, fuiste un rayo de luz que brilló, iluminando un pequeño tallo, dejando gotas de rocío para una hacer a una flor crecer."

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La taza humeante de té danzaba frente a sus narices a la par que el aroma amaderado y dulzón del lugar lo envolvía. Debería poder respirar con calma estando en su cafetería favorita, esa de grandes ventanales con paredes color perla y decoraciones de madera, donde lo amargo, lo acaramelado y lo herbáceo creaban un perfume exquisito, pero Mingi no podía dejar de sentirse inquieto. Era como si su aura entera zumbara, avisándole de algún acontecimiento que desconocía.

Odiaba cuando las sensaciones se apoderaban de él, más aún cuando no comprendía sus propios presentimientos.

El calor quemando tras sus orejas y la burlesca mueca mal disimulada de Sangwon no le estaban ayudando a verse menos tribulado.

— Sin dudas, eres todo un galán— ironizó su compañero antes de llenarse las mejillas con la última tostada en su plato—. Joder, con ese rostro que te cargas, ¿en serio tienes una manera de ligar tan penosa?

Mingi deseó que el imbécil se atragantara con su comida.

También deseó que un rayo lo partiera al medio a él para así apaciguar su vergüenza, pues no llegaba a entender cómo un adulto maduro –que se suponía era– había flaqueado horriblemente en mantener la compostura frente a una linda seria de actividades y una cálida compañía.

Hasta hace unas semanas le era algo inimaginable. Pero bastó con que cierto pequeñuelo de cabellera dorada se portara bien con él para debilitar sus barreras... justo antes de que Mingi la cagara monumentalmente.

"Por seguridad, no le doy mi número real a desconocidos. Es el teléfono de la oficina. Puedes llamarme en caso de emergencia", le había dicho esa tarde a Yeosang antes de que este le abandonara para recorrer las atracciones con sus amigos.

Estaba loco si creía que el chico haría uso de ese número en algún momento. No necesitaba conocerlo demasiado para saber que ese niño no era alguien que se tomara tales atrevimientos. Era absurdo. Yeosang sólo había sido demasiado considerado al mirarlo aún con ojos afables, pretendiendo que no tenía a un lunático soberbio parado en frente. Incluso cuando era obvio que su juicio era totalmente opuesto a lo que su expresión mostraba.

Y es que, ¿quién podría estar bien con un tipo huraño despreciándote cuando lo único que hiciste fue ser amable? ¿Yeosang se habrá sentido herido por su actitud? ¿Habrá logrado enfadarlo? ¿Lo miraría con desdén oculta como lo hacían los demás, tal y cómo había hecho esa segunda vez que se encontraron?

Carajo.

¿Por qué estaba dándole tantas vueltas a ese asunto, de todas formas?

— Hey, ¿sabes que yo sólo manejo tus horarios en el estudio, cierto? No pienso agendarte una cita extralaboral— volvió a hablar su –ahora– enemigo número uno. Estaba a punto de estrellar su frente contra el filo de la mesa, preso del bochorno.

— ¿Quién estaba ligando, idiota?— ladró—. Fue un intento por ser agradecido.

— Pues tu gratitud apesta a desesperación e inexperiencia. ¿Seguro te has liado con otros antes?

Puso los ojos en blanco, al borde de gimotear como si fuera un infante. Su ego peligraba, pero su capacidad de compostura era más grande; para su suerte –o desgracia–, el pensamiento de ya no poder mofarse de su hermano por ser un gigantesco bebé llorón frenó sus ánimos por iniciar una rabieta. En su lugar, optó por ahogar sus penas con aquel té de jengibre y canela que ya estaba a dos minutos de convertirse en un helado, deseando tener, en cambio, un té de tilo con una par de gotas de whisky mezcladas en ese líquido ambarino.

Taciturn devotion | MinSangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora