Capitulo 1

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No importaba cuánto se jactara el mundo de poseer almas buenas y caritativas, o cuánto se celebrase que existieran personas capaces de extenderte una mano cuando lo necesitaras. Para Mingi todo eso era una vil y absurda mentira.

La sociedad era egoísta, cobarde por naturaleza. A nadie le importaba realmente el prójimo. El país en el que vivía era bien conocido por pasar de largo los problemas ajenos; si alguien estaba en aprietos, nadie iría en su ayuda en plena vía pública, no le tenderían un vaso de agua, más bien, le mirarían por sobre su hombro con reproche y apatía. Las personas tendían a hacer promesas falsas y alegrarse por el fracaso ajeno, lo había vivido en carne propia, estaba en él la encarnación de aquella desesperante realidad, había formado sus bases para subsistir de acuerdo a lo que su experiencia recolectó de la vida adulta.

Cosas como el compañerismo o la solidaridad sólo existían a la hora de llegar a un resultado favorable para ambas partes, no importaba si se trataba de entidades naturales, jurídicas o de sus propias relaciones interpersonales, todas recaían en los pros y contras, todo se ponía en una balanza y accionaba conforme al peso de los argumentos más eficientes. Gracias a su profesión, había aprendido más temprano que tarde que todo eso acerca de la bondad y las buenas acciones no eran más que palabrería barata.

Casi se le escapa una carcajada al notar lo irónico del asunto mientras apilaba prolijamente los papeles que luego debería archivar en el expediente una vez estuviera en su oficina.

¿A qué persona tan desalmada se le ocurriría divorciarse en San Valentín?

Su cliente sonreía mucho, triunfante e inalcanzable, estaba eufórica por finalmente haber roto los lazos con su –ahora– ex esposo. Se le notaba especialmente feliz por la recompensación económica, la división de bienes y el haberlo embarrado en su trabajo con algunas manipulaciones de su abogado y servidor. Aún si los motivos para la seguidilla de audiencias no le habían parecido los más idóneos, no era quién para juzgar. Tampoco era como si recibiera cheques debido a sus consejos o por hacer un favorable juicio de valores, sino por sus habilidades para refutar y convencer a los de mayor posición de poder.

A veces recordaba con nostalgia a su difunta profesora de derecho de familia y sus advertencias sobre lo emocionalmente desgastante que este rubro podía ser. Rememoraba aquellas charlas después de clases con un té de por medio –porque a ambos les gustaba más que el café–, las anécdotas donde la mujer se encontraba exhausta de la vida que llevaba, de las mentiras que acallaba, de la hipocresía y la soledad que la embriagaba en ocasiones. Sintió pena cuando ella confesó que había desertado en la materia. Ya no ejercía como abogada, pero se había mantenido dando clases en prestigiosas universidades e institutos; al menos, se la veía mejor en esos meses.

No había pasado mucho desde su graduación, pero había forjado su renombre en uno de los mejores bufete de abogados de la ciudad. Muchos de sus mentores lo elogiaron por su entusiasmo y potencial, señalando que Song Mingi era resolutivo, eficiente, calculador y asertivo; sangre nueva a la que adiestrar para servir a sus intereses, con ganas de devorarse al mundo. Sus propuestas habían puesto en alto la vara del estudio, ganándose unos mal llamados "rivales", pues no eran más que hombres frustrados e ineficientes carcomidos por las migajas de su pisoteado orgullo.

Aún siendo tan joven, a sus veintiséis años ya había probado la amarga y cruda envidia de terceros, al igual que había degustado la tentadora avaricia por la gloria del mérito propio.

Desgraciadamente, tampoco pudo evitar que el peso del ajetreo constante le ganara. Los últimos años se le habían pasado en un abrir y cerrar de ojos entre apuntes, exámenes, exposiciones, pasantías y la nariz metida en las carpetas de sus casos.

Taciturn devotion | MinSangWhere stories live. Discover now