Una velada en casa de Merarí.

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Jean

― Adelante, en un momento regresa Mer.

Krisia abrió la puerta y nos invitó a conocer el hogar de su hermana, al entrar me percaté que por dentro era más colorido que el exterior.

La sala estaba constituida por tres muebles cuadrados de aspecto moderno: el sofá era rojo y con pequeño cojines en color blanco, los sillones eran color beige y el centro lo ocupaba una mesita de cristal con unos adornos plegados de flores.
En las paredes colgaban pinturas sin concordancia pero que le daban al lugar un toque más moderno. En la pared derecha tenían colocado un mueble de madera modular, que sostenía una televisión enorme y un aparato DVD.

Krisia estaba nerviosa, no dejaba de morderse el labio y mirar hacía el pasillo de la casa, donde se encontraban los cuartos.

―Bien ―suspiró― pónganse cómodos, ¿gustan algo de tomar? no se exactamente que tendrá mi hermana pero puedo improvisar.

Marcos y yo nos acercamos a la sala mientras ella daba vueltas en la cocina.
La escuchaba correr por el lugar, abriendo y cerrando alacenas mientras tarareaba una canción extraña que provenía del cuarto de arriba.

Al terminar con su torbellino por la cocina, Krisia se acercó extendiendo una bandeja con tazas de café y unas galletas en forma de animales.

―Disculpen, es todo lo que tiene Mer ―dijo avergonzada―¿Qué les parece la casa? ¿les gusta?

―Es muy bonita― señaló Marcos― bastante moderno el interior, jamas pencé que tuviera este tipo de decoración por dentro, dado que la terraza es un poco más rústica, pero me agrada.

―Gracias, tienes razón―afirmó Krisia― la terraza es más discreta para no llamar tanto la atención. ¿Y tú Jeancarlo, qué piensas? Te noto muy callado, ¿te ocurre algo?

Me preguntó acercándose a mí.

Ella me miraba con preocupación tomando mi muñeca de forma tranquilizadora y trazando pequeños círculos en la parte superior; hasta ese momento me dí cuenta que la tenía cerrada en forma de puño.

Ese gesto al principio me tensó dejandome atónito por su proximidad, pero poco a poco me fui relajando.

Realmente era agradable.

Ella permaneció en silencio mientras continuaba sus movimientos, la miré y me sonrió para inspirarme confianza.

―No sé que te ocurra― rompió el silencio y me miró con ojos serios.― Pero no deberías guardarlo sólo para tí, aquí estoy yo para escucharte. Eso hacen los amigos.

Krisia me hablaba de manera tranquilizadora y me miraba con dulzura, sin embargo su comentario no me hizo sentir mejor.

Era verdad que me sentía muy a gusto con su compañía y que le había permitido acercarse a mí, más de lo que a cualquier otra persona le consederia, pero aún así no estaba conforme.

Yo tenía muy claro que al pasar demasiado tiempo con ella, sólo nos perjudicaría a la larga y que cada vez sería más doloroso dejarla, sabiendo que en cuanto no esté con ella, ese sujeto la tendrá exclusivamente para él.

Yo no tenía derecho de molestarme, ella y yo apenas nos conocíamos y estábamos en proceso de comprendernos.

Él, en cambio, sabía cada pequeño detalle de su vida, cada secreto que Krisia guardaba y cada momento importante, lo había compartido con ese sujeto.

No sé que expresión tenía en mi rostro, que ella frunció el ceño pensativa, me tomó de la mano y me guió hasta el sillón rojo.

Krisia se sentó, aún sin soltarme y pude ver como dudaba sobre su próximo movimiento.
La ví vacilar y morderse el labio intranquila, determinando si hacerlo o no. Al final se decidió y comenzó a elevar con cautela su mano derecha en mi dirección, tenía sus pequeños dedos extendidos y me miró fijamente a los ojos pidiéndome permiso con la mirada, para poder tocar mi mejilla.

A destiempo...Where stories live. Discover now