Calumnias.

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Jean


Era una tarde fría de otoño y yo admiraba la puesta de sol desde mi ventana.

El clima aquí en Mérida para estas fechas era muy agradable, la temperatura descendía y las tardes eran más frescas.

A Marcos se le presentó un contratiempo y tuvo que marcharse de repente, dejándome solo en mi oficina.

Este lugar era uno de mis preferidos; podía observar a la gente entrar y salir del hotel, pero también admiraba el hermoso jardín exterior: las ramas de los árboles al moverse con el viento, los distintos tipos de flores que le daban al lugar un ambiente más colorido por la diferencia en su follaje y por último, el atardecer, mi parte favorita del día.

Esa mezcla de colores en el cielo le brindaban a mis ojos toda la vitalidad para seguir soportando mis jornadas laborales.
Este era uno de los pocos lugares que encontraba relajante y podía pasarme la mayor parte de mi tiempo en este sitio.

Hasta hace poco, no me importaba si venía o faltaba al trabajo, daba igual permanecer en mi casa encerrado o estar aquí observando a cualquier individuo que pasara por mi ventana, más bien era una distracción para olvidarme de todo lo que me rodeaba.

Pero las cosas han cambiado, ahora tengo algo nuevo en mi vida.

No se trataba de un objeto, ni siquiera podía ser comparada con aquello, ya que su valor era incalculable.

Tampoco permitiría que permaneciera como una novedad, más bien mi intención era que ella quisiera quedarse a mi lado, mucho más tiempo de lo que dura cualquier moda pasajera.

Krisia era irritante, preguntona, hacía las cosas que quería, sin importarle lo que los demás piensen, era amable, cariñosa, sarcástica, observadora y ahora también mi amiga.

Aún no sabía por qué se tomaba la molestia con un amargado, que al principio la trató pésimo, pero aquí seguía, firme, tratando de comprender a un sujeto tan complicado como yo.

No recuerdo la última vez que tuve un amigo de verdad, toda la gente que me rodeaba quería mi dinero o algún favor especial.
Pero de eso yo vine a darme cuenta muchísimo tiempo después, cuando realmente necesitaba un amigo y nadie tuvo la suficiente fuerza para quedarse conmigo.

Todavía no podía recordar mis días pasados sin que me hirviera la sangre del coraje.
Cuando dejé de ser el chico amable y sonriente al que todos amaban, mi vida se fué por la borda.

En su momento eso me causó un terrible dolor, su desprecio influenció muchísimo para que me convirtiera en el Jeancarlo Santillán cascarrabias que era ahora.

Pero aquello ya no me importaba.

Tuve que caerme desde lo más alto de un rascacielos -literal- para que pudiera abrir los ojos y darme cuenta de las personas con valor que me rodeaban.

Las demás eran pura escoria para mí. 

Yo perdí mi fé en la gente, el mismo instante en el que me quedé inmóvil, en una silla de ruedas.

Unos golpecitos a mi puerta lograron traerme de nuevo al presente.

―Señor Santillán, Saulo está listo para llevarlo a donde usted ordene.―anunció Karen.

―Gracias, informale que en un momento estoy con él.

―Enseguida señor.

Mi secretaria se marchó y yo me encaminé al estacionamiento del hotel.

Saulo se acercó para ayudarme con mi silla al momento de subir al auto y después regresó al asiento del conductor.

―Buenas tardes señor Santillán―respetó― ¿Dónde desea que lo lleve?

A destiempo...Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt