Capítulo 31

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Banderas rojas, era la señal con la que los piratas daban a conocer que no tendrían piedad con la ciudad, robándola y destruyéndola, sin posibilidades de rendición.

Cuando la multitud que se encontraba en la catedral se esparció, los Fortunato deciden salir.

—Es mejor que ustedes se refugien en el convento de las Carmelitas —Indica Sebastián a su esposa e hija.

—No Sebastián, no nos dejen —súplica asustada Loreta.

—No mamá, no permitiremos que esas escorias destruyan nuestra ciudad —contesta Carlos con un semblante frío.

Gritos, disparos y balas de cañón que destruía la infraestructura de los edificios, hacía que el pánico de todos fuera mayor.

Varias mujeres y niños corrían al convento de las hermanas de la Caridad, en busca de refugio.

—Devén apresurarse, antes de que las monjas cierren las puertas —insistía Sebastián, tomando por el brazo a Eleonora y arrastrándola para que se dirija a aquel lugar.

—Papá... por favor, vengan con nosotros —rogaba Eleonora llorando. —No peleen con ellos, podrían matarlos.

—Nos será más difícil si ustedes están con nosotros —responde Carlos.

—Vamos a estar bien, lo prometo.

Sebastián da un abrazo corto a Loreta y a Eleonora, para luego empujarlas al interior de la entrada del convento.

Las religiosas solo esperaron un par de minutos antes de cerrar con grandes candados y sellar las puertas.

El convento era un gran laberinto, siendo el sitio más seguro, la Capilla central.

Aquel sitio le traía nostálgicos recuerdos a la joven pelirroja, y más aún, cuando pasa por los altos pilares que ocultaron su romance adolescente con Aarón.

Los sonidos de cañones de la flota pirata se escuchaba golpear los edificios de la ciudad, y como algunas caían con gran estruendo.

A dentro de la Capilla, las religiosas iniciaron un rosario, para rogar misericordia y que la santísima virgen intervenga por Puerto Blanco.

Súbitamente, la puerta de la Capilla se abre con un fuerte sonido de una patada, ingresando varios hombres, algunos con aspecto miserable, y otros tantos vestidos con un largo taparrabos blanco, lo que Eleonora reconoce rápidamente como los Chahiwas.

Las mujeres al ver aquellos varones, se alejan lo más que podían en aquella Capilla para lograr mantener distancia, pero los piratas reían al verlas asustadas y gimoteando.

—Dulces, señoras. Esperamos vuestra amable colaboración —dice uno de los piratas de edad media que usaba una camisa roja. —Desde ahora son nuestras prisioneras. Mientras estos señores atan sus manos, deben seguir nuestras reglas.

—Sí. Porque a la primera ramera que chille, grite o intente escapar, me la cogeré hasta que le parta las caderas —decía un hombre mugriento y corpulento.

De forma inmediata, las mujeres guardaron silencio, mientras los Chahiwas se aproximaban con cuerdas para atar de sus manos.

Loreta coloca apresuradamente el velo negro que ocupaban para asistir a misa, cubriendo con él, el cabello y rostro de Eleonora, puesto que esos bribones podrían apartarla, para ser abusada por ellos.

El proceso de maniatar y trasladar a las mujeres y niños que se encontraban en la capilla, fue rápido. Se notaba que todo aquello estaba planificado desde hace tiempo.

Al salir por las puertas traseras del convento, Eleonora ve cómo el cielo nocturno de Puerto Blanco se había vuelto luminoso, debido las llamas de los incendios que ocurrían por toda la ciudad.

En las calles había heridos y otros que corrían y disparaban para defender sus viviendas.

Había varios Chahiwas que montaban a caballo, usando rifles y disparando a quienes intentaran atacarlos.

Los piratas tenían dispuestas carretas de carga en las calles, donde subían a las mujeres, obligándoles a tener la cabeza gacha, siendo cubiertas por una gran lona, para que no se viera el contenido.

Mientras Eleonora y Loreta, esperaban junto a otras más, se aproxima un Chahiwa montado a caballo, muy alto, fornido e imponente, con cabello largo que le llegaba hasta los hombros. Él les pregunta a los suyos, algo en idioma nativo, ya que debía de estar coordinando el secuestro.

A pesar de esos cuatro años que cambiaron la apariencia de los enamorados por jóvenes adultos, Eleonora podía reconocer fácil y alegremente a ese hombre que había llegado, era Aarón.

Ella deseaba atraer su atención, pero no podía gritar su nombre, o los piratas le golpearían en la cara, como ya lo habían hecho con otras dos mujeres, así que se arroja al suelo, como si se hubiera tropezado con algo, a lo que uno de los hombres le insulta, tomándola por un brazo para levantarla.

Eleonora había logrado su propósito, puesto que todos se giraron para ver qué había ocurrido, así que mueve su cabeza de un lado a otro, para que el velo que le cubría caiga, descubriendo su rostro.

Los ojos de Aarón se abrieron a lo máximo que se podía al volver a verla, haciendo que la sorpresa lo paralizara. Fueron escasos segundos en los que sus miradas se cruzaron, y Eleonora le volvía a regalar una sonrisa, pero no pudo recibir respuesta de él, puesto que uno de sus compañeros le apresura, sacándolo de aquel aturdimiento, y girando a su caballo, para correr, apuntando su rifle contra a alguien que tenía en la mira.

Nuevamente Eleonora lo pierde de vista, pero al menos, él ya sabía que, al fin había llegado.

Las mujeres fueron trasladadas en carreta durante horas, por caminos deteriorados sintiendo en sus cuerpos el dolor de estar amontonadas y saltando con cada piedra que pasaban, hasta que finalmente se habían detenido.

Cuando los piratas sacaron las lonas que cubrían a las quince carretas que transportaba rehenes, descubrieron que estaban inmersos en medio de la selva tropical del caribe.

Luego de bajar, las mujeres y los niños, fueron llevados por caminos pedregosos, atravesaron una cueva y cruzando un río en piraguas, hasta que llegaron a un campamento, junto con los primeros rayos de sol del amanecer.

Varias se sentaron en la hierba y algunas comenzaron a dormir, debido al cansancio de aquel largo viaje, sin saber en dónde se encontraban, pero algo era seguro, estaban muy lejos de Puerto Blanco.

Ya era de día, cuando llega otro grupo de mujeres y niños que se les unen, además del resto de piratas y Chahiwas, en donde se encontraba Aarón.

Eleonora al verlo, se incorpora, con intención de levantarse para ir con él, pero Aarón al verla, se limita a darle una mirada que era muy distinta a lo que ella recordaba del tierno joven que conoció hace casi cinco años.

Un Amor Tan InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora