Capítulo 28

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Por la mañana, Eleonora baja a desayunar en el comedor, donde estaban sus tíos y algunos de sus primos, puesto que el resto, aún dormía después de la fiesta de boda que se realizó en el lugar.

No pasó mucho, cuando los Condes de Valcáliz ingresan al comedor y toman asiento para desayunar.

La preocupación de Eleonora y la de los señores Fortunato se esfuman, al ver a Luciana de buen humor y sonriente, después de su primera noche con su esposo.

Los Condes se marcharían esa mañana, así que Eleonora se dirige a la habitación de su prima para charlar con ella, encontrándola, mirando su habitación con nostalgia.

—Buenos días, mi señora, la nueva Condesa de Valcáliz. ¿Qué pasó anoche? Cuéntamelo todo y no te guardes los detalles. —pregunta Eleonora, sacando de sus pensamientos a Luciana.

La joven rubia sonreía de manera pícara, se aproxima donde su prima para tomar de su mano y jalarla al interior de la habitación, cerrando la puerta tras de ella.

—No pasó nada.

—¿Nada? ¿No tuvieron intimidad?

Luciana negaba con la cabeza muy feliz.

—Él dijo que solo somos amigos y espera que ambos estemos cómodos en este matrimonio, así que no me pedirá nada que no quiera hacer. Oh Ely, realmente él es un ángel, me respeta.

— Eso es maravilloso, me deja mucho más tranquila el saber que tienes a alguien que cuidará de ti. Estoy segura de que con el tiempo y sus atenciones tan gentiles, te enamoraras de él.

— Claro que no Ely, no seas ridícula.

—Lo amaras con locura y le darás muchos hijos —reía Eleonora, usando un tono burlón para hablar, mirándola pensativa hasta que su risa se detiene.

—¿Qué pasa? —pregunta Luciana preocupada ante ese cambio de humor en Eleonora.

— Luci, me marchó a Colombia...

— ¿Cuándo?

— Hoy

— Es una broma.

— No lo es.

— Pero ¿Por qué? Esto es tan repentino.

— Mis maletas las tengo preparada desde hace días, solo quería darte mi apoyo hasta que te encuentres bien, y ahora lo estás.

— No Ely, no quiero que te vayas, eres quien mejor me conoce.

— Ya no puedo quedarme, deseo regresar a mi tierra, estar con mis padres. Por otro lado, la relación con Danilo no es buena y se me hace difícil verle.

— Él solamente está superando aquella decepción amorosa, pero no te odia, te lo aseguro.

—Lo sé.

Las jóvenes se abrazan, ya que ambas debían de seguir caminos separados.

Luciana sabía que Eleonora extrañaba sus tierras, y de corazón le agradecía haber estado ahí para ella, cuando sufrió por aquel amor tan equivocado que sintió por Alberto.

Eleonora tenía su equipaje preparado de hace días, así que estaba todo listo para marcharse.

Por la tarde, todos los Fortunato, desde la abuela Celenia, hasta Adelaida, la hija menor de sus tíos, además de los Condes de Valcáliz, le acompañaron para despedirla en los andenes del tren que se dirigiría hasta el puerto, para luego tomar el barco que zarpaba con rumbo a las Américas.

Como lo prometió, Danilo fue el único que no les acompañó para despedirla en la estación de trenes.

Eleonora abrazaba a sus primos y tíos, agradeciendo sus atenciones en el tiempo que vivió con ellos, luego a su abuela y finalmente a la nueva Condesa de Valcáliz y su esposo, a quien le dedicas unas palabras.

— Ya puedo marcharme, por qué sé que Luciana está en buenas manos. Estarán en mis oraciones todas las noches.

Eleonora comienza a llorar, pero su tristeza era alegre, puesto que por fin regresaba al hogar, volviendo a ver a quienes por tanto tiempo extrañó, y ahora, se preocuparía de retomar su vida hasta donde la había dejado.

***

El viaje hasta Puerto Blanco, había durado 25 largos y aburridos días, en los cuales Eleonora meditaba sobre sus ilusiones al estar nuevamente con sus padres, que no veía desde hace dos años, después de la muerte de su abuelo, y de encontrarse con su hermano Carlos y los Chahiwas, que no les había visto desde que se marchó, hace ya cuatro eternos años.

Al llegar a Puerto Blanco, la joven contrata un carruaje para que le traslade a ella y a sus maletas, hasta la Mansión de sus padres.

Mientras viajaba en aquel carruaje, Eleonora estaba sorprendida por los cambios que había en la ciudad, los nuevos edificios, los comerciantes ambulantes y un gran bullicio de personas que caminaban por las calles con sombrillas, para protegerse del luminoso sol del mediodía.

Eleonora sabía que sería una gran sorpresa para su familia el verla llegar, pues, no les había informado de cuándo retornaría, por el hecho de que ella tampoco lo sabía, debido a las circunstancias en las que se encontraba Luciana.

Cuando baja del carruaje y toca a la gran puerta de la mansión, el sirviente que le abre, sonríe alegremente al reconocerla.

Otros criados que fueron avisados, rápidamente bajan el equipaje de la señorita, mientras los señores Fortunato aparecen en el hall, sorprendiéndose gratamente al ver a su adorada hija, lo que hizo lanzar un grito de emoción a Loreta y correr a su encuentro a Sebastián.

Aquel cálido recibimiento fue lo que esperaba Eleonora, convenciéndose al fin, de que sus padres le extrañaban.

—¿Por qué no nos avisaste que llegarías? —cuestionaba su padre alegre —Escribí a Sergio y a ti, preguntándoles por qué no habías llegado.

—Han pasado muchas cosas —sonreía Eleonora.

—Debes de estar cansada, ven a almorzar con nosotros y nos cuentas todo y porque te has retrasado en regresar. —Dice Loreta, abrazándola por los hombros y caminando con ella hasta el comedor.

Eleonora contó con detalles lo ocurrido a su prima Luciana, motivo por el cual, esperó hasta el día de su apresurada boda, para ser el apoyo que necesitaba.

Mientras la joven narraba aquella historia, se preguntaba en dónde estaría su hermano.

—Carlos ¿Está trabajando? ¿Regresará por la tarde?

—No querida, él no vendrá. —responde Loreta con un semblante angustiado.

—¿Por qué no?

—Porque él vive en su propia casa. Se marchó hace más de un año. —responde su padre con tono molesto.

—No entiendo ¿Ocurrió algo?

—Nada mi niña. Solo deseaba independizarse —sonreía Loreta. —Él trabaja en la oficina de la naviera, nos viene a visitar, pero ya no duerme aquí.

—Me gustaría verlo. Él siempre escribía, pero jamás comentó que tenía una nueva casa. ¿Será que desea cortejar a alguna dama?

Don Sebastián realiza un chasquido de lengua, como señal de descontento ante lo que había dicho su hija.

—Puedes visitarlo, pero siempre acompañada de escolta —responde Sebastián.

—Pero papá, ¿aún no confías en mí? Ya no soy una niña, y ya aprendí de mis errores.

—No es por eso, mi cielo —responde de manera cariñosa su madre —Lo que ocurre, es que Puerto Blanco ya no es una ciudad segura, ha sufrido saqueos y destrozos en repetidas ocasiones este último año.

—¿Los piratas?

—Los piratas y los indios. —Responde Sebastián, a lo que Loreta le mira con enfado por decir aquello. —¿Qué? Ella debe de enterarse de lo que está ocurriendo.

—Exacto, quiero saber qué pasó con los Chahiwas.

Un Amor Tan InesperadoWhere stories live. Discover now