cuarentaidós

123 17 43
                                    

かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo cuarentaidós
«nosotros después de la inquina»


veintinueve de agosto


Genya se había hecho cargo de él, o lo había intentado. Por lo menos le dejó unas cuantas monedas para sus comidas, lo cual fue demasiado considerado de su parte teniendo en cuenta de que Genya es un ávaro de primera y que le cuesta compartir las cosas si no es sin obtener un beneficio de por medio.

En fin, cuestión de que él, Tanjirou, había ido a parar a una vieja choza escondida entre los árboles afuera de la ciudad, justo en la frontera de la capital del país con una ciudad cualquiera. El lugar olía a mierda, pero no podía quejarse: estaba alejado de la casa de Kanao y con su poco presupuesto solo compró verduras porque la carne la cazaba cuando un conejo caía en su trampa, de esos abundaban por esos páramos. Los primeros días fueron difíciles y solitarios, aunque al quinto, Inosuke había llegado y se reencontraron después de varios años. «¡Inosuke, te creí muerto...!» Tanjirou sentía que lloraría en cualquier momento, pero guardó las apariencias en el momento preciso. Inosuke le dio un abrazo apretado y, en su oído, confesó: «Genya me lo ha estado diciendo todo, pelirrojo, gracias por cuidar de Ann todos estos años; yo no hubiese podido pedir mejor figura paterna que tú. No te preocupes, si de algo te sirve, debo decirte que cuidé de los mellizos todo lo que se me fue permitido. Gracias, muchas gracias...».

Luego de unas horas entre lágrimas varoniles, como denominaron ellos a sus sollozos ahogados contra sus palmas con callos, comieron de lo que Inosuke trajo: cerdo a la caja china. Confidentes, hablaron de un pasado en común y luego de sus hijos y de cómo la paternidad se les había sido arrebatada de un chasquido. El silencio se tornó tenso cuando la fecha fue diez de febrero, mas pronto lograron amainar el rencor. Inosuke se fue al día y no resucitó al tercero, aunque dijo que pronto escribiría para poder hablar de algo que consideraba importante.

¿Y qué es tan importante...?

Algo se azota. Alguien ha caído en su trampa. Ha sido un sonido fuerte, por lo que supone que la presa también lo es. El cazador sonríe y se acerca a mirar, mas el oteo de Kanao le responde. Intenta ahogar una risotada, pero no logra hacerlo cuando nota que ella tiene el fleco colgando al igual que sus prendas finas. Está de cabeza, sujetada con una cuerda del pie izquierdo y con el dolor que esto produce, ¡y aún así no ha hecho ningún sonido innecesario! Sigues siendo tan taciturna como siempre que me aturde, que me enerva pensar que siempre sufres en silencio, ¿no es así, Kanao?

—¿Puedes bajarme? —pregunta Kanao de cabeza, manteniendo la compostura y sacando de entre su capa una bolsa de manzanas que tienen la intención de caerse por la gravedad—. Traje manzanas, ¿te gustan?

—Todo es bienvenido. —Tanjirou camina hacia el árbol de donde se sujeta la trampa y con cuidado empieza a bajar a su acompañante—. Bienvenida, por cierto. No pensé que ibas a venir.

—Yo tampoco pensaba venir. —Kanao cae de rodillas a menos de un metro de altura, por lo que insiste en no ser ayudada. Se levanta y sacude su pantalón bajo la mirada de Tanjirou—. Ten, espero te gusten. Son las más caras del mercado.

—Sí, a ti siempre te ha gustado lo caro... —murmura, sonriéndole—. Pasa, por favor. Lamento el olor a mierda...

—Es la casucha de Genya, me sorprendería si no oliese a mierda —responde, cerrando su ojo por un momento hasta que recapacita—: ah, olvidé que con el parche ya no puedo guiñarte, pero imagínate que te guiñé un ojo.

ESTRAGOS | TANJIKANAWhere stories live. Discover now