treinta

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かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo treinta
«el extraño que conozco»


treinta de mayo


Dos meses le había costado encontrar una buena excusa para ir hacia Tsuki con el permiso y ayuda económica de Los Cómodos. Creo haber escuchado un intento de rebelión contra el país, Yoriichi-san, le dijo Tanjirou al presidente de Los Cómodos. Yoriichi ni siquiera se molestó en comprobar la información y le dio el completo control de un barco pesquero para poder infiltrarse en Tsuki, el país que controlaba su hermano y que nadie más que él sabía. A Tanjirou le cayó como anillo al dedo y agradeció la confianza y asimismo la discreción, pues solo sería el mismo contra ninguna revolución y el fantasma de Kanao.

Sin embargo, las cosas nunca suceden como se supone que deben finalizar: Annie se sumó a la ayuda sin siquiera saber por qué el interés de su tío por rescatar el último rastro de la tía que nunca conoció. Zenitsu la había criado creyendo que Kanao murió por imprudente; pero Tanjirou le había aclarado que murió por una injusticia. Hubo muchos huecos en sus versiones, mas no dijo nada y solo las aceptó. Por otro lado, pero en el mismo asunto, estaba que Annie no había vuelto a poner un pie en tierra de Los Cómodos y mucho menos se acercó marítimamente; su padre se había vuelto loco por la carta de despedida que ella dejó y la buscó hasta por debajo de las piedras, pero hasta el momento no la hallaba. Fue Giyuu quien le brindó un espacio en su hogar y la acogió por todo el tiempo que Tanjirou necesitó para volver a por ella. Shinobu, quien vivía con Tomioka por supuesta comodidad, la aceptó como una más y compartieron tantos momentos juntas que le costó un poco separarse el día anterior.

Sanemi, sin siquiera preguntar, se unió también a la búsqueda. Si no voy yo irá Kanae, y la verdad prefiero que se quede en casa por ahora, se excusó. Los tres se unieron en el archipiélago de donde era natal Giyuu y ahora viajarían en tren hacia el primer pueblo de Tsuki, uno tan pequeño que solo pasarían ahí una noche y luego retomarían camino hacia la capital, donde hablarían con el señor que en diciembre dijo haber visto una mujer emerger de las cenizas.

Tanjirou limpia sus labios con una servilleta desechable y le da un vistazo a su alrededor: no está. Lleva una mano hacia su mentón y acaricia su barba recortada lo suficientemente como para no parecer un indigente. Deshace su posición, pide la hora a la señorita que le está atendiendo y ella gustosa se lo da: son diez para las cinco de la tarde, señor. Gracias, ¿no ha visto por aquí al joven que estaba conmigo? Me parece haber escuchado que iba a ir a miccionar, señor. Y Tanjirou sabe que así es, pero que demore tanto solo le enerva. ¿Era posible retardase tanto en bajarse los pantalones para sacarse el...? Ah, cierto, es una dama. Carajo.

—Oye, ¿has visto a Archie? —pregunta Tanjirou hacia Sanemi, quien devora una brocheta hecha puramente de corazón de vaca.

—Ni idea, Bakanjirou, busca bien por ahí. —Sanemi pide otra orden en el puesto ambulante—. ¡Mejor que sean dos más!

¿Le sigo esperando o mejor voy a buscarle? Puede que esté detrás de un arbusto, pero quizá se sienta incómoda... demonios... Con un suspiro, Tanjirou se levanta del asiento del lado de Sanemi, cancela lo suyo y lo de Archie y busca por todo el horizonte su rastro. Dos minutos más y le busco, piensa, sino aparece en dos minutos voy y le busco y si no le encuentro me capo. Sí, si no la encuentro me presento hacia Zenitsu y me suicido frente a él por...

—¡Te voy a matar, hijo de puta!

El grito de Annie le enchina la piel. Tanjirou, al igual que Sanemi, giran hacia la derecha y a la distancia ven cómo Annie o Archie está debajo de un cuerpo algo más pequeño, pero que parece resistente. Dos bofetadas resuenan en el espacio público. Se escucha el rumor de un espectáculo gestándose.

ESTRAGOS | TANJIKANAWhere stories live. Discover now