veintiséis

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かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo veintiséis
«y mira dónde te he venido a encontrar»

once de febrero


Tanjirou llega al hospital de donde escapó pasada la medianoche. Ya es once de febrero, pero el día parece no acabar. El viento le da de lleno al rostro y lucha por no cerrar los ojos; el galopar del caballo no se compara con lo rápido que late su corazón, angustiado. Tiene a Sanemi al lado y por esa oportunidad son solo dos; dos contra un nosocomio cayéndose a pedazos por el fuego.

Rengoku aceptó su petición y accedió a que regresen, pero advirtió que serían solamente ellos dos porque él junto a su escuadrón irían al hospital del norte a asegurar el bienestar de Shinobu y Giyuu, la hermana mayor de Kanao y el amigo de Tanjirou, respectivamente. Un coche les hizo llegar hasta la frontera de la ciudad vecina, pero no pudo adentrarlos más porque para ese momento los únicos que no sabían que estaban siendo atacados eran los de la misma capital. ¿Y por qué no los evacuan si tienen tiempo?, le preguntó Sanemi. Entonces el hombre que asimismo era perteneciente a Los Cómodos simplemente les respondió que a veces conviene que unos estén muertos para que no estorben.

—¡Yo buscaré a Kanae! —le indica Sanemi, arreando a su caballo hacia la izquierda para poder rodear el hospital y entrar por el campo de donde escapó Tanjirou—. ¡Diez minutos y si no encuentras nos vamos, ¿entendiste?! ¡Di que entendiste, idiota!

—¡Entendí, carajo, ya entendí!

Sanemi ni siquiera presta atención a su falta de educación y pega la vuelta. Es increíble que Kanae le provoque hacer tanto ajetreo. Ha de ser porque en realidad son pareja de hace años, pero a escondidas. No conviene hacer notar que tienes un vínculo con alguien en plena guerra o de lo contrario pueden tomar tu debilidad para su fortaleza. Es simple instinto, simple razonamiento común. Además, a veces ni se siente que están juntos: pasan meses separados y días juntos. Las cartas siempre son insuficientes y la distancia una molestia. Resuelta inverosímil creer que él haría lo que fuera por ella y ella se aseguraría de hacer lo mismo.

Por el lado de Tanjirou, este se encuentra confundido. Su cerebro no razona como normalmente lo haría: estuvo viviendo ahí durante meses, pero no recuerda muy bien qué camino tomar o adónde girar. Quizá es por el fuego, tal vez porque se obligó a olvidarlo; puede ser las dos cosas, quién sabe. Tampoco visualiza alguna persona dentro, los pocos que vio estaban corriendo en dirección opuesta, pidiendo a gritos que den la vuelta y que los lleven a un lugar seguro. El corazón se le encogió y su innata empatía le hizo doler el cuerpo; sin embargo, entendió que a veces tenía que elegir y por esa oportunidad necesitaba rescatar a Kanao antes de que pudiese sucederle algo malo, o quizá algo peor.

El fuego no amaina. Crece, se expande, avanza hacia los campos y devora pabellones con gente adentro. El caballo se detiene de súbito, ya no puede ni va avanzar más porque los animales también entienden que la vida va primero antes que el deber. Tanjirou baja del caballo, le da una palmada en el lomo y le hace correr unos metros hasta que se detiene por el mismo fuego. ¿Por qué al bando enemigo se le ocurrió hacerles arder?, es una pregunta fútil que tiene una respuesta indeseada. Ve cómo el hospital arde ante sus ojos y empieza a mentalizarse para entrar. Cojones me han de faltar, piensa, pero jamás... carajo, ¿de dónde aprendí tantas groserías? Mierda. Respira profundamente y cuenta hasta el diez. Me voy a quemar, eso seguro, ¿estará ahí, Kanao? Entonces...

—¿Tanjirou?

Como quien retrocede en sus memorias por una botella de alcohol, la voz de Kanao se hace presente. Tanjirou gira la cabeza y ahí es donde la encuentra: no tiene lo impoluto de la última vez, pero está viva; tiene el cuello ensangrentado, el rostro sucio por el humo, el cabello alborotado y la voz débil, titubeante. ¿Cuántos pasos nos separan? ¿Diez, veinte? Ni para ti ni para mí, tal vez son quince. Tanjirou se prepara para responderle, pero le gana el sentimiento y se calla. No vacila en avanzar hacia ella y solo continúa hasta abrazarla, o medio hacerlo porque tiene un bulto entre manos que le impide poder fundirse en su cuerpo como desearía hacerlo siempre.

ESTRAGOS | TANJIKANAWhere stories live. Discover now