cuatro

269 25 1
                                    

竈 かまど, 栗花落 カナヲ
estragos: capítulo cuatro
«¿la llave o la cerradura?»


dieciocho de noviembre


Desde hace unos días, Tanjirou intentaba, desganado, retomar con el tejido que le dio Tamayo semanas antes de fallecer, y en realidad se entretenía lo suficiente hasta que le acechaba el recordatorio de que ella ya no estaba en ese mundo. Kanao, viéndolo en ese bucle de duelo interrumpido, pareció hacer oídos sordos a su antigua petición de no traerle más regalos gastronómicos y esa tarde le había llevado una taza de chocolate sin dulce y hecha con más agua de la necesaria. Se excusó con el frío, y al parecer funcionó tan bien que recientemente Tanjirou ni rechistaba al aceptar algo caliente.

Después de hablar con Douma y que este le abriera los ojos a una realidad que se rehusaba a ver incluso con las señales frente a ella, huyó a su cuarto y se encerró ahí hasta la mañana siguiente. No cenó y le siguió dando vueltas a su situación, pero fue solamente ahí donde pudo recapitular los momentos vividos con quien era el expaciente de Tamayo. Al principio se había acercado a él para molestarlo un poco por el modo en que le había contestado la primera vez que se vieron, pero luego de la muerte de Tamayo en realidad empezaba a disfrutar de la compañía de Tanjirou y se había encariñado lo suficiente como para no querer delatarlo ni mucho menos entregarlo a las autoridades pertinentes.

Un chasquido explosiona delante de su rostro serio. La única mano funcional de Tanjirou desaparece luego de haberla despertado de su ensimismamiento. Ella le sonríe vagamente y vuelve a fijar la vista en los libros de medicina que tiene en su regazo; Tanjirou vuelve a ver por la ventana sin intenciones de observar algo más, aunque pronto desiste cuando en realidad nota un puntito que se va extendiendo y acercando al nosocomio.

—Mira, se acerca un carruaje...

Kanao quita la mirada de sus libros y se acerca hacia Tanjirou, mirando sin problemas por sobre él y a través de la ventana que es cierto: es el mismo carruaje que la trajo hace poco menos de dos meses. Ya llegó, piensa sin deshacer su seriedad, tarde, pero llegó.

—Es de un amigo mío. —Kanao lleva una mano a su hombro y le da una suave caricia, casi imperceptible de no ser porque Tanjirou siempre ha sido cuidadoso con los detalles—. Ya te lo presentaré, de seguro serán buenos amigos.

Vagamente, Tanjirou le contesta que quizá así sea. Asimismo, le confiesa que, aunque siempre había sido amable con sus vecinos, jamás pudo intimar con alguno de ellos. Eran muy cerrados y solo pensaban en lo que harían en la noche, dice, a mí me gustaba más hacer muñecos de nieve con mis hermanos chicos. Quizá era por tu edad, le responde Kanao en un intento de animarlo. Y él le dice que quizá, que no lo recuerda porque la última vez que pudo jugar con sus hermanos tenía once años y que después de eso vino la guerra que le quitó un brazo.

—¿No le irás a dar la bienvenida? —cuestiona Tanjirou después de unos segundos. Cambiar de tema es lo mejor por el momento—. Quizá se pierda si es que no vas a guiarlo hasta el pabellón tres.

A Kanao ni siquiera le sorprende el hecho de que Tanjirou no pregunte porqué o si irá al pabellón tres, de seguro ya averiguó con el tiempo que es el único lugar donde los doctores o allegados descansan sin la presencia de quienes consideran inferiores. Aunque intentó, sin éxito alguno, poder unificar los pabellones y eliminar las inquinas mutuas, no se logró con Douma a cargo y ahora prefería ir a la salita de descanso de Tanjirou a que él fuese a la suya. Lo único malo que puede rescatar de ello es que la habitación se encuentra hasta el sexto piso y que solía ser molesto para ambos, pero la vista y la compañía valían la pena, o al menos eso era lo que pensaban y no decían.

ESTRAGOS | TANJIKANAWhere stories live. Discover now