Capítulo 24

2.7K 180 123
                                    

Maxon

Aparqué frente al restaurante donde había quedado con Sarah con la cabeza hecha un lío.

No sabía cómo gestionar todo lo que sentía ahí dentro, en la cabeza. El insoportable nudo en el estómago y en el pecho que el dolor y la impotencia no dejaban de apretar y, por si no fuera poco, la ira engullendo mi cerebro y depositando ese miedo por perder algo que ni siquiera había a llegado a ser mío.

Salí del coche frotándome las palmas de las manos por el frío que hacía en el exterior, debíamos de estar a menos dos grados.

Al entrar en el restaurante, encontré fácilmente a Sarah con la mirada. Lucía un vestido negro largo con sus botas cowboy favoritas, que siempre las llevaba al trabajo y yo tanto odiaba. Hacían demasiado ruido.

No le hizo falta mirarme demasiado para ver el probable aspecto enfermizo que tenía.

—Vaya —negó con reprobación, poniéndose de pie mientras me servía una copa de Prosecco —, estás...

—Horrible. Ya lo sé.

Agarré la copa y me la bebí de trago. Si seguía pensando en ella y en cómo todo se había ido al traste en dos días... iba a volverme loco. Pero el problema estaba en que no podía parar de darle vueltas al tema.

Tampoco quería hacerlo.

No podía evitar pensar qué estaría haciendo. Qué pensaría ahora mismo de mí. Estaba seguro de que confesarle lo que sentía iba a ser una masacre, pero después del fin de semana en la casa del lago... después de lo que me dijo... pensaba... pensaba que nosotros...

No. No había ningún nosotros. Ella no quería ningún nosotros.

—Dime que esto no es por trabajo, porque tu entusiasmo empieza a preocuparme —bromeó, aunque estaba claro que estaba bastante preocupada. Me agarró la mano por encima de la mesa y frunció el ceño —. ¿Qué ocurre?

Tragué fuerte y suspiré.

Me gustase o no, no había nadie que me conociese tanto como Sarah. No hacía falta decirle que me pasaba algo, porque ella lo notaba al instante.

—Es por Olive —dije con sorprendente facilidad —. Me ha dej... —No, no había nada que dejar, idiota —. No quiere verme por culpa de Amber, mi vecina.

Abrió los ojos de par en par.

—¿La chica guapísima de los gatos? —preguntó sorprendida.

—Supongo, sí —contesté con el ceño fruncido —. Y ahora no sé qué hacer.

Sarah se cruzó de piernas y se encogió de brazos al tiempo que tomaba un trago.

—Te gusta mucho.

Silencio. La boca, reseca.

—Sí —confesé en voz alta, mordiéndome el interior del carrillo y con la mirada clavada en la mesa —. Pero no quiere saber nada de mí.

Retiró su mano de la mía y me miró perpleja.

—¿Me estás tomando el pelo? —soltó una mofa —. ¿Has quedado conmigo después de enterarte de que tu vecina te la ha jugado con la chica que más te ha gustado en la vida?

No me gustaba que me repitiesen lo cobarde que era y fruncí aún más el ceño.

Habíamos quedado por el día que era, porque llevábamos haciéndolo años y porque además me había quitado la investigación que tanto tiempo llevaba teniendo en mis manos.

—¡Eres increíble! —rechistó, alzando los brazos.

—¿Puedes calmarte?

—¡No! ¿Cómo quieres que me calme?

SIZIGIA ©Where stories live. Discover now