Ella no viene. Y no me importa lo que Hera diga.

Me siento como un animal enjaulado que va de un lado a otro pensando en ella. Ya no es un capricho.

Necesito verla.



Día 43:


El egoísmo puede alcanzar niveles inimaginables, y más viniendo de un hombre como yo.

Soy Eloah Kozlov, heredero de los Petrov. Nací de una mujer llena de furia y deseos de venganza y de un hombre repulsivamente cruel. Fui encerrado, torturado, abandonado y violado, tengo tres hermanos vivos con los que comparto apellido, pero siempre he considerado a otros dos como parte de mi familia. Me casé con una mujer que no elegí, me hará padre de tres niños, y ahora mismo mi deseo más grande es que venga a verme.

―Es el Boss en carne y hueso ―dicen a mi espalda.

Detesto cada tarde en que nos traen a las duchas, hay muchos guardias, pero eso no quita el hecho de que haya peleas de vez en cuando.

No hago caso a lo que dicen, simplemente lavo mi cabello y mi barba para quitar el exceso de espuma que se formó.

―No es el Boss, aquí no hay nadie que lo defienda ―, miro sobre mi hombro a los sujetos en cuestión, son dos tipos grandes, no tienen músculos que enseñar, pero se les ve a lo lejos lo poco que les importa eso.

Vuelvo a enjuagarme, me froto el cuello sintiendo la cicatriz que desciende desde el lóbulo de mi oreja al comienzo de mi clavícula, por debajo de la manzana de adán. Cierro los ojos y me mojo el rostro, extraño sentir la lengua húmeda de cierta mujer recorriendo la cicatriz.

Me quito el exceso de agua del rostro, y en el momento que lo hago, siento un empujón en mi espalda.

Y podría pelear, podría matarlos con mis propias manos, pero solo volteo y le devuelvo un empujón duro que saca lo peor de él. Recibo el puñetazo seguido de otro, mi espalda choca contra la pared de concreto, lo dejo golpearme una y otra vez, mi abdomen se gana unos buenos puñetazos y unas fuertes patadas cuando caigo al piso.

―¡No puede pelear! ―se ríe dándome la espalda, todos miran con asombro cómo el Boss se intenta levantar, y lo consigo solo para mover los hombros y respirar hondo.

―No peleo con personas que puedo matar... ―digo y avanzo hacia él, se voltea dispuesto a luchar, pero recojo su cabeza y la giro de golpe―... así.

El crujido es escuchado por todos, algunos retroceden, dejo caer el cuerpo del idiota al piso y retrocedo hacia las toallas, tomo la que está junto a Cristóbal y la envuelvo alrededor de mis caderas antes de acompañarlo a la zona de cambio, donde me entregan una camiseta blanca y un pantalón gris, me pongo todo en absoluto silencio ya que tenemos compañía, pero una vez en el pasillo le doy una orden a mi guardia.

―Llama a la capitana Meyer ―, me peino el cabello fuera del rostro, el solo roce contra mi piel duele―, dile que me dieron una golpiza.

―Pero...

―No te lo pedí, es una orden ―siseo, me detengo a verlo de frente, y como cualquier persona en su sano juicio, baja la mirada.

Me encierra en la celda otra vez, y en unos segundos está llamando para conseguir el número. Cierro los ojos sobre la cama y espero a que llegue, porque sé que se correrá la voz sobre mi pelea, y sobre cómo asesiné a un hombre en tres segundos.

En algún momento me duermo esperando, pero despierto con un par de manos alzándome la camiseta. Pestañeo intentando quitar la bruma de mi cabeza, siento uno de mis ojos hinchado, duele y palpita, apenas puedo abrirlo, pero...

El diamante de Dios [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora