CAPÍTULO TREINTA

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21 de septiembre de 1973, Santiago

Emilia miró la sangre en el piso y sintió que este perdía estabilidad. Se trataba de eso o fueron sus piernas las que temblaron tanto que no tuvo más remedio que sostener el brazo de Griffin. Este la miró con las cejas alzadas en un principio, pero luego comprendió que necesitaba unos minutos para asimilar lo sucedido.

Él ya había pasado por eso una hora antes, cuando salió de su departamento y se dedicó a verificar si los niños Psíquicos que había detectado en los alrededores seguían a salvo un día más. Luego de una media hora de caminata, llegó a la casa grande de Mapocho donde había detectado a una Profeta. Ya para entonces, gracias a sus investigaciones, había determinado que muy probablemente dicha casa estaba habitada de manera ilegal. Vivía demasiada gente allí y, aunque el tamaño del edificio explicaba en parte ese detalle, los habitantes eran tan variopintos que difícilmente podía tratarse de una familia. Y si lo era, se trataba de una bastante rara. Aunque claro, cosas mucho más raras había visto él a lo largo de su vida.

Esa mañana, tan temprano que el cielo tenía un color grisáceo y su poncho apenas lo protegía del frío, notó algo extraño a una cuadra de distancia. No era debido a su poder, nada psíquico ni sobrenatural. Era algo primitivo, instintivo, el olor de una cacería reciente y la cercanía de los depredadores aún por el sector. El silencio fue la primera señal, porque no era un silencio normal; se trataba de uno contenido, forzado, no la típica ausencia de sonidos humanos a esa hora de la mañana. No había nadie por las calles, pero percibía muchas miradas a través de las ventanas de los edificios frente a los cuales avanzaba. Habían pasado apenas diez días desde el ataque a la Moneda, así que era muy pronto como para saber exactamente a qué se enfrentaban, pero él sabía que vendrían cosas peores. Por fortuna, había tenido que permanecer en estado de alerta toda su vida, no era nada nuevo para él.

Aún así, cuando llegó a la esquina más cercana a la casa de Mapocho, no pudo evitar detenerse de golpe. Para ese momento ya no estaban los cuerpos, pero no tuvo que hacer mucho esfuerzo para imaginárselos. La sangre ayudaba. Así como también ayudaban el par de casquillos de bala que vio brillar en el suelo cuando por fin se atrevió a avanzar, el aire a pólvora que todavía flotaba en el aire y los objetos desperdigados y pisoteados que se derramaban desde la puerta entornada, poblando la vereda y la calle. Eran en su mayoría libros, pero también vio ropa, utensilios de cocina, juguetes.

Al alzar la mirada para abarcar los tres pisos de la casa, sintió un escalofrío. El día anterior rebosaba de vida, llena de gente muy distinta entre sí, pero que convivía como una familia. Hoy parecía un panteón. No le hacía falta entrar para saber que estaba vacía, ni tampoco activar su poder para verificar que la niña que había detectado antes no se encontraba allí. Aún así, activó su poder, solo para sentir con más fuerza la frustración que le subía por el pecho.

Nada.

Luego de comprobar eso, había ido a buscar a Emilia a Almahue #8. La encontró sola; al parecer su socio Vinculante había ido a descansar a su propia casa la noche anterior. Como siempre, tuvo que enfrentarse al mal humor de la mujer, responder sus inquisitivas preguntas y luego, cuando por fin la hizo entender la urgencia del asunto, soportar su impaciencia y prisa. Eso tampoco era nada nuevo para él y en una época incluso lo había encontrado atractivo, lo suficientemente atractivo como para estar a punto de casarse con ella hasta que la muerte los separara. Y tratándose de ellos, sabiendo lo que sabían de la vida después de la muerte, dudaba que esa promesa se cumpliera. Por fortuna los dos habían decidido no seguir con el plan. Ahora trabajaban juntos cada vez que la situación lo requería y, a pesar de los roces, eran buenos socios. Claro, nunca sería su mano derecha; los Médiums solo trabajaban codo a codo con otros Médiums. Pero Emilia lo necesitaba y eso henchía su ego, por eso no perdía oportunidad de molestarla con lo que fuera.

Santiago del Nuevo Extremo (Trilogía de la APA II)Where stories live. Discover now