CAPÍTULO VEINTITRÉS

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25 de septiembre de 1996, Santiago


Solo cuando Lear se detuvo en medio de un pasillo sumido casi por completo en la oscuridad, se dio cuenta que le temblaban las piernas. Había caminado tan deprisa con el fin de alejarse del centro de El Teatro y los Mayores, que no se fijó en lo inestable que eran sus pasos, ni en lo agitada que era su respiración. Tenía la frente cubierta de sudor, al igual que la espalda y las manos. Aún así, percibía el frío de los túneles como un tacto helado en los huesos. Necesitaba salir de allí o de lo contrario alguien notaría su miedo...

—Lear.

Dio un respingo al escuchar la voz, pero al girarse para ver a quien le hablaba, ya sabía que era alguien en quien podía confiar. 

—Ofelia —dijo entre dos leves jadeos que dejaban escapar vaho de su boca. 

La mujer se le acercó unos pasos, lo que le permitió ver mejor su rostro, a pesar de la penumbra. Ellos estaban acostumbrados a ver en la oscuridad. 

—Te ves muy alterado. Deberías intentar calmarte, ellos aún están muy cerca. 

Lear asintió con dificultad. Sabía muy bien que estaba mostrando demasiada vulnerabilidad en el peor lugar posible. Haciendo un esfuerzo se irguió, limpiándose la frente húmeda con la manga de la chaqueta. Luego respiró hondo cinco veces. Para cuando volvió a mirar a Ofelia, el ceño de esta ya no estaba fruncido. 

—Gracias, Ofelia —murmuró y su voz pareció resonar más de lo debido en el túnel. 

Ella inclinó la cabeza hacia la derecha. 

—¿Por qué?

Por no ser como ellos, quiso decir. En lugar de eso, sonrió. 

—Por nada en particular. 

Ofelia correspondió a su gesto. Era un poco mayor que él, tal vez dos o tres años, Lear no estaba seguro. Aún recordaba a medias la época en que era unos centímetros más alta también, pero hacía pasando mucho tiempo desde entonces. Ahora apenas le llegaba a la nariz. Ella, sin embargo, no lo veía como algo malo, todo lo contrario. Una vez le había dicho que era la altura perfecta para contarle secretos al oído, solo bastaba con alzarse un poquito en puntas de pie.  

—Es mejor que me vaya —agregó mientras miraba hacia el otro extremo del túnel, donde después de un par de horas de viaje lo esperaba su refugio con libros y velas—. Cuídate. 

—Tú cuídate más. —De pronto, Lear sintió la mano de ella rozando la suya—. Y, sobre todo, cuídalos a ellos. 

—Lo haré. 

—Lo sé. Pero, ¿cómo?

Lear apretó sus labios pálidos por el frío y el miedo. El tacto de los dedos de Ofelia era lo único cálido en ese lugar. 

—Aún no lo sé. No podré esconderlos para siempre... —Se detuvo para escuchar por si alguien andaba cercana, pero el único sonido eran las respiraciones de ambos. No era suficiente para sentirse seguro, así que tocó la pared más cercana con los dedos de la mano libre. Si alguien estaba apoyado en ella, aunque fuera a muchos metros de distancia, podría sentirlo—. He pensado en alguien que podría ayudarlos mejor que yo —continuó cuando comprobó que las rocas no le decían nada. 

—¿Quién? 

Tuvo miedo de pronunciar el nombre en ese lugar. Quizás nadie vivo estaba cerca, pero él no era un Médium que pudiera detectar si había algún Desencarnado cerca. Y allí, en los túneles, pululaban muchos de los llamados por Próspero durante sus experimentos. Miró a Ofelia a los ojos. 

Santiago del Nuevo Extremo (Trilogía de la APA II)Where stories live. Discover now