CAPÍTULO VEINTICUATRO

261 35 138
                                    


18 de septiembre de 1973, Santiago


Víctor siguió a Emilia en silencio y unos pasos por detrás. Volvía a tener su libreta en el bolsillo, bien agarrada entre los dedos y la palma de su mano derecha. Sentía que las tapas le quemaban la piel, pero sabía que era solo su imaginación.

No era la primera vez que uno de sus dibujos tenían como resultado una expresión de miedo en quien los miraba. De hecho, siempre había sido así, de alguna forma u otra. Primero sus padres, luego los profesores de la escuela primaria, luego sus compañeros en el internado. Todos se sorprendían y temían lo que él decidía retratar.

Aún podía recordar la primera vez que su madre se había atrevido a preguntarle quiénes eran las personas que aparecían en sus dibujos. Él tenía siete años y hasta el momento había logrado mantener su secreto a buen resguardo. Pero la pregunta de su madre activó algo en su mente y en su pecho, una sensación extraña, mezcla de anhelo y miedo. Inocentemente creyó que su madre se tomaría bien su respuesta. Visto en retrospectiva, hubiera sido mejor que ella no se tomara en serio el hecho de que su único hijo afirmaba ver gente en la casa, en la calle, en las iglesias, en el colegio. Si lo hubiera tomado como una broma o un juego por su parte, suponía Víctor, su vida habría sido un poco más fácil, al menos por esos años. Pero la mujer no solo pareció creerle, sino que se lo contó de inmediato a su esposo. Luego de eso, la seguidilla de curas y psiquiatras fue una parte oscura de su vida de la que, por fortuna, solo recordaba partes.

De modo que sí, estaba acostumbrado a que sus dibujos no provocaran solo maravilla, sino también espanto. Pero pocas veces eso le había dejado tal sensación de mal cuerpo como ese día, hace unos minutos, cuando vio la expresión de Emilia trasmutar de la seriedad al terror en solo unos segundos. Primero porque era ella. La mujer rara vez mostraba verdadero miedo; preocupación, ira, desprecio y hasta simpatía, pero miedo, mucho menos terror, no. Segundo, porque ella nunca había tenido ese tipo de reacción ante sus ilustraciones. Nunca, ni siquiera cuando la escena o el modelo era de índole paranormal. De hecho, la primera vez que él le había permitido ver su libreta, la única reacción por su parte fue alzar una ceja en señal de asombro. Posteriormente lo miró de pies a cabeza con una sonrisa torcida en los labios, gesto que era su versión de lo que sería una señal de aprobación.

—Así que ver fantasmas no es el único talento que tienes.

Después de ese día, Emilia buscaba cualquier pretexto para que él usara su habilidad en las investigaciones. Trazar mapas, dibujar testigos o posibles culpables, ilustrar escenas del crimen... Desde que la conocía, Víctor había usado más libretas, lápices y tinta que nunca antes de su vida.

Pero el verdadero motivo de la sensación desagradable que lo dominaba era la explicación que vino luego de que la mujer viera el dibujo. Si era cierta la interpretación que había hecho Emilia de este y el que se estaba llevando a los niños era el fantasma o la reencarnación de Judas T., el fundador de la Logia de las Ánimas, la situación era muchísimo peor de lo que imaginaban.

Por ese motivo es que estaban en ese momento mirando a un viejo edificio abandonado de calle Independencia, numerado con el 1006. Para Víctor no era un misterio quiénes se encontraban tras la puerta, aunque nunca los había visto. Emilia no había considerado necesario que los conociera, hasta ese día. O eso quería creer; conociéndola, podía estar a punto de decirle que se fuera a su casa, que ya no requería más de su ayuda por ese día.

Preparó mentalmente una respuesta en caso de que la mujer que tenía al lado lo despidiera, pero eso no ocurrió. Tras tener los ojos fijos en la puerta de madera ajada que constituía la entrada a la agencia Figueroa & Asociado durante casi un minuto, Emilia se adelantó y la golpeó cuatro veces con fuerza. Víctor sintió cada uno de esos golpes en la base del estómago. Si se encontraban allí, era porque ella no tenía otra opción, porque estaba desesperada por ayuda.

Santiago del Nuevo Extremo (Trilogía de la APA II)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang