CAPÍTULO 42: Ordenes

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Asher Hoffmann

Nunca he podido creer que alguien se enamore de mí, nunca he podido adaptarme y siempre me he mantenido ciego ante lo que los demás expresan hacia mí. Es como una orden que mi subconsciente emite hacia el resto de mi cuerpo haciéndome inmune a toda reacción que alguien genere en mí, específicamente viniendo de personas allegadas o que en algún punto terminan inspirándome a continuar.

Corro de las cosas que me hacen bien porque apenas las toco se infectan del daño que creo y empiezo a asumir que todo lo que hago son órdenes. Básicamente si lo son, porque durante las mañanas lo primero que me grito a mí mismo es no ver a los ojos de nadie, no sentir esa chispa, no respirar ese aire enamoradizo que toda persona joven debería poseer, como demandan las personas mayores. Me ordeno claramente que si por alguna razón específica o no, yo llegase a sentir algo por alguien, debo de ignorarlo o terminare hiriéndome e hiriendo a esa persona.

Mi ignorancia hacia los sentimientos hace que me destroce y cuando la otra persona ha terminado partida —porque si, tarde o temprano, de todos modos, termino hiriendo a alguien —, le quiero culpar, pero la verdad es que solo merece mi perdón porque no puedo creer nada de lo que soy o estoy siendo.

Incapaz de aceptar que puedo desbordarme de mil maneras sobre algo o hacia alguien y es que todas las luces que me rodean, esas luces en los autos, las banderas indicándome la gran ventaja de la velocidad y el viento pegando a mi rostro porque estoy avanzando, solo son cosas retoricas.

Son palabras bastante eficaces para deleitarme, son acciones que me persuaden y que pues deberían conmoverme pero...no. No sucede. No me conmuevo al tocar el viento con el cabello o al ver la luz de mi auto en la oscuridad mientras fumo, no me emociona ni un poco los gritos de felicidad o ganar...en cambio, perder siempre me frustra.

Entonces enciendo un cigarrillo porque parpadeo y me doy cuenta de que la vida es jodidamente dura. De que la luz se apaga porque no hay batería ni gasolina, de que el auto se estrella, que se quema, que los gritos se desnivelan alejándose, la velocidad...bueno, existe, literalmente el freno.

Hipotéticamente, podría ser capaz de arrancar veinte autos al mismo tiempo, tan solo para igualarme a los latidos del corazón de quien quiero tener, pues de una forma u otra, sigo anhelando que las ordenes en mi cabeza cesen.

Ella esta con él y no sé cómo sentirme al respecto, no sé qué dirección en vía el GPS, ni mucho menos que destino sugiere el mapa, nadie me ha indicado cómo va la carrera, porque hace mucho tiempo ya alisaron banderas e hicieron el conteo.

¡En sus marcas!

¡Listos!

Fuera...

Abro los labios soltando el humo que he absorbido, observo a mi cigarrillo, ya voy en la mitad y sigo sintiendo el sabor amargo en el estómago. Striker tarda mucho en salir, puedo verlo por el espejo caminando de un lado a otro queriendo golpear las cosas alrededor, porque mi hermana no despierta.

Pero entonces ella despierta, vuelvo a fumar mandándole al mayordomo a comprar otras tres cajetillas de sabor menta. Asiente marchándose y observo a Striker abrazando a mi hermana pequeña, ella solloza pidiendo perdón.

Su estado lamentable hace que él pueda sostenerla con una mano completa, ni siquiera se esfuerza en abrazarla porque pareciera que en cualquier momento va a fragmentarse. Ash esta delgadísima, esta como un esqueleto humano, sus huesos de todos lados s ele notan, como si no hubiera un pedazo de musculo, de piel, de carne y esta es la fase más dura, porque he dejado de reconocer a la venenosa serpiente que siempre me abraza.

Estoy perdiendo a mi mejor amiga, a mi hermana menor y no sé cómo carajos hacer con la situación. Soy médico y no tengo la capacidad de movilizarme. Nuestros padres trabajan día y noche. Mamá ha querido ver a Ash, pero mi hermana se niega, y papá a tratado de forzarla, de que puedan ingresar a la habitación.

Odio ficticioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora