CAPÍTULO 34: Muros

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Rev Hearst

En algunas tragedias griegas se mencionan los romances trágicos, donde casi ningún amante consigue felicidad, donde las guerras son constantes por amor o por odio, por dinero, por tierras, por el poder que ser un rey te otorga. Donde palabras como amistad, amor y compañía no prevalecen, solo cambian, se distorsionan creando antónimos que pegan fuerte. Y solo persiste la idea de que algo como eso, algo tan trágico, no podría suceder porque es ficción hasta que ocurre y te das cuenta de que la ficción nunca supera la realidad.

Se congregan muros a nuestro alrededor cuando en la primaria se es mencionado el famoso nombre de Zeus, van ejerciéndose durante más de diez años con distintos títulos, empiezan desde reyes hasta soldados lacayos e incluso esclavos.

Te imaginas una gran historia, un cantico glorioso, una comedia trágica, un libro que está en un alto pedestal tocando las puertas del cielo por ser considerado algo clásico debido a sus más dificultosas formas de narración que en estos tiempos se le complica a un muchacho de quince años leerlo.

Luego creces y te das cuenta que en esas tragedias griegas, en esas historias complicadas que detestabas y admirabas al mismo tiempo, también existe verdad, porque todo se repite, como un bucle sin fin va creando muros de información, unos que no se desarman mientras generas ese planteamiento de tu propio crecimiento.

Y observas que Medusa fue violada por el dios del mar, que Perséfone no pudo concebir con el dios de la muerte, que Hera nunca obtuvo el amor del dios del rayo por sus infidelidades.

Tenía calor y creía que estaba teniendo una erección.

Menudo idiota.

La vida es tan injusta como en cada libro que se ha leído, es así de fugaz y sagaz, tiene esos altibajos depresivos cargados de dopamina que se convierten en serotonina y luego en calma o tormenta, en guerra o en un final abierto en el que puedes gritar porque no alcanzas a pensar o puedes solo sentir paz.

Yo no alcanzo a pensar.

Odio leer, lo he odiado toda mi vida, incluso odio leer mensajes de texto, nunca les envío textos a mis amigas, primero debo hacerles llamadas y prefiero conducir a sus casas a quedarme tecleando en un móvil.

Era de esos alumnos, que se escucha el audiolibro o esperaba a que se lo contaran.

Aun soy de esos alumnos.

También tengo muros, altos, grandes y rocosos con semejantes grietas del tamaño de una ciudad etílica fundada con bases de armonía que han pasado a tornarse en la droga más profunda de los habitantes quitándose el derecho a las bendiciones.

Quizás esa sea la razón por la que Dios nunca está a mi lado, por la que me siento tan hueca y quebrada, porque de alguna forma, yo tengo muros que se parten y que vuelven a salir y que solo tienen una única puerta por la que le permito ingresar a seleccionadas personas cuando debería terminar de cohibirme e ir a gritar que realmente deseo.

Debería de derribar muros que me tienen en silencio.

Justo ahora debo de hacerlo, debo de ir y abrir lo que guarda un secreto. Constar de no solo derrumbar mis muros sino los muros que he venido viendo que se construyen en esta casa, en mi casa, en quienes son mi familia o lo eran, porque ahora mi familia es distinta, con fallas.

Bajo las escaleras en completo silencio caminando, mis pies están envueltos por las medias cosa que no deja que nadie escuche ni siquiera el despegue de mi pie de la madera. Camino despacio asomándome entre los pasillos para llegar a la cocina.

Me planto delante del umbral contemplando al castaño que intenta alcanzar las galletas del segundo piso de las gavetas de la cocina parándose en sus puntas. Da un brinco tomándolas y se voltea hacia mi abrazando sus galletas. Pongo mala cara apoyando mi mano en mi frente.

Odio ficticioWhere stories live. Discover now