«¿Por qué vienes con esa cara de espanto?»

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Homero. Ilíada. CANTO XV.


Alessandro siempre había sido el mejor padre que alguien pudiese desear. Él era un hombre excepcional, de esos que llevaban flores un día cualquier, sin necesidad de que este fuese una fecha marcada en el calendario, o te arropaban cuando te quedabas dormida en el sofá. Papá hacía las mejores tortitas de cumpleaños y sus abrazos conseguían curar cualquier mal, por doloroso que fuese. Tenía una de las sonrisas más dulces que nadie podría tener y sus ojos se convertían en rendijas cuando te sonreía con orgullo. Por todo ello, y mucho más, cuando la vocecita de mi mente traicionera cobraba fuerza para recordarme que él no era mi padre biológico, la rabia me hacía querer golpear a alguien. Y, sin embargo, cuando Afrodita pronunció aquella verdad sobre mi padre biológico, lo único a lo que atiné fue a mirarla como si no pudiese dar crédito a sus palabras.

—¿Qué has dicho?

Su pecho se hinchó cuando tomó una bocanada de aire. Tras humedecerse los labios con lentitud, habló nuevamente. Su afirmación me resultó igual de dolorosa que cuando la oí por primera vez.

—Tu padre es mi hijo, Sophie.

No podía ser cierto. Era sencillamente imposible, porque, de ser cierto, eso nos convertía en parientes. Si de verdad uno de los hijos de Afrodita era mi padre, eso me transformaba en su nieta. Y alguien normal y corriente, como yo, no podía ser nieto de la diosa del amor.

—Eso es imposible —negué—. No... no juegues conmigo, Afrodita. Solo quiero saber por qué mandaste hacer esto para mí. Yo... No es posible.

Sentía los dedos entumecidos alrededor de la fina cadena de oro. La diosa dio un paso lento en mi dirección, como si yo no fuese más que un animalillo asustado del bosque con el que se había topado por sorpresa.

—¿Es que no lo comprendes aún? —preguntó—. Es cierto. Se lo encargué a Hefesto para ti cuando tu padre me dijo que estabas en camino. Hacía milenios que no nacía un bebé en nuestra familia. Cuando supe la noticia, fui la más feliz. Eres mi nieta, Sophie. Por eso te di ese collar.

Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas, trayendo consigo un dolor que no sabía que sentía. Cuando era solo una niña, imaginé durante años cómo sería mi padre y qué le habría llevado a abandonarnos de una manera tan cruel. La posibilidad de que hubiese una justificación a su comportamiento hacía que la parte infantil que seguía viva en lo más profundo de mi pecho aguardase, ansiosa, por una explicación.

—No es posible.

—Sophie, deberías...

Ares volvió a la carga, aparentemente incapaz de mantenerse al margen del dolor de su amada.

—Querido —llamó la diosa del amor—. ¿Puedes dejarnos a solas unos minutos, por favor?

La forma en la que él asintió, a pesar de sabía que ella no podía verle, pues sus ojos seguían fijos en los míos,  me hizo preguntarme hasta qué punto ella no ejercía cierto control sobre él. Sinceramente, no me resultó descabellado que consiguiese convencerle de luchar en la guerra en favor de sus propios intereses.

Afrodita era una mujer tremendamente hermosa y segura de sí misma. Siempre creí que sus dones eran un tanto ridículos si los comparabas con los de alguno de sus hermanos, pero en ese momento comprendí cuán equivocada había estado con ella. La diosa jugaba sus cartas de una manera muy distinta al resto de sus familiares. A diferencia de ellos, no poseía las capacidades para librar sus propias batallas, pero sabía bien cómo utilizar sus atributos. Muestra de ello era la forma en la que había movilizado a un ejército entero de dioses, que, comprometidos mediante juramento, habían guardado un secreto trascendental para ambas. Y, no contenta con ello, había logrado que algunos de estos contribuyesen de manera activa a mi protección, garantizándome algo que ella por sí misma no podía concederme.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADAΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα