«Te sorprendió la muerte antes de que pudieses evitarla»

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Homero. Ilíada. CANTO XI.


La sensación era extraña. Podría compararse al vacío que sientes justo antes de que el vagón de una montaña rusa se precipite al abismo. Esa emoción contenida en la que parece que el corazón va a salírsete por la boca si la abres más de la cuenta. Sabes que no hay peligro, que vas a llegar al final de recorrido de una sola pieza, pero la anticipación puede contigo, haciendo que se te revuelva un poco el estómago; no hasta el punto de querer vomitar, pero sí invitándote a cerrar los ojos. Y, al igual que ocurre en los fugaces segundos en los que recorres los raíles de la atracción a toda prisa y en caída libre, se acaba.

Abrí los ojos despacio, tratando de evitar que la luz me dañase. No los había mantenido cerrados más de un par de segundos, pero la fuerza con la que había apretado los párpados los había dejado resentidos. A eso debía sumarle el brillo que parecía emitir mi acompañante. Días atrás le había preguntado sobre su don para teletransportarse y la respuesta había sido tan sencilla y obvia que sus palabras continuaban pululando por mi mente.

«—Piensa en la luz —me dijo—. Esta puede colarse por cualquier hueco, por pequeño que sea. Y lo hace a tal velocidad que ni siquiera somos capaces de ver el proceso, sino el final: aquello que ilumina».

Ahora no podía verle de otra manera. Apolo era luz y el resto de nosotros debíamos evitar ser las polillas que trataban de alcanzarla a cualquier precio, incluido la muerte. Me alejé del dios despacio, sintiéndome extrañamente cómoda y protegida entre sus brazos, que rodeaban mi cuerpo para mantenerme pegada a él. Sentía el peso de aquellos ojos ambarinos que tan bien conocía, los cuales me observaban expectantes, ávidos de cualquier reacción.

No había vuelto al laboratorio tras lo ocurrido el día anterior, cuando él y su hermanastra habían corrido a mi auxilio tras una llamada desesperada. Después de la reunión que había tenido lugar en casa de Diane, todos —incluida yo— habíamos creído que continuar yendo al laboratorio era la mejor opción si no queríamos levantar sospechas entre las filas enemigas. Nadie se había molestado aún en tratar de explicarme qué era aquello que habían averiguado la tarde anterior, cuando confesé que yo jamás había iniciado el Proyecto Serapeo, pero decidí obviarlo por el momento.

Por extraño que pareciese, confiaba en ellos. En todos. Si creían que mantenerme al margen de cualquier información que pudiese llegar a comprometer mi seguridad o la de los míos era la mejor opción, no me opondría, por muy inconforme que estuviese. Era lo menos que podía hacer después de la infinidad de problemas que mis acciones, y aquellas que juraba no haber realizado, habían desencadenado.

—Conque este es tu despacho, ¿eh? —comentó el dios con tono casual, observando el espacio con interés—. ¿Puedo ser completamente sincero contigo? —No me molesté en contestar, puesto que sabía que, quisiese o no, compartiría aquello que estuviese rondándole por la cabeza—. Parece la habitación de los trastos de una vieja loca. Lo esperaba más grumoso.

Mi despacho no distaba mucho del resto de salas de MíloPharma. Una mesa de despacho y una silla ergonómica que habían vivido tiempos mejores, y que constituían dos de los elementos más modernos del lugar, coronaban la estancia. Tras ellas había varias estanterías de melamina en las que carpetas de colores vistosos contenían información de aquellos proyectos que se habían venido desarrollando en los últimos años; aquellos que sí eran por todos conocidos y a los cuales les habían dedicado, incluso, algún que otro artículo de prensa. Una papelera de plástico, un perchero negro y un reposapiés desgastado concluían la lista de los elementos allí presentes.

Fruncí el ceño ante su último comentario. No me hicieron falta más de un par de segundos para saber de qué estaba hablando.

Glamuroso —corregí automáticamente. Al parecer, alguien seguía tratando de familiarizarse con la jerga actual. A veces olvidaba que Apolo solo residía en la tierra durante periodos cortos de tiempo, que empleaba para aquellas actividades que él categorizaba como "lúdicas"—. Grumoso es algo que tiene grumos. —El dios detuvo su escrutinio del espacio para mirarme con una mueca de incomprensión—. Ya sabes, como coágulos o algo así. Como sea... —concluí, reacia a continuar aquella estúpida conversación—. De todas maneras, no sé de qué te sorprendes, si ya has estado aquí antes.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora