«Veamos si podremos aplacarlo con agradables presentes y dulces palabras»

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Homero. Ilíada. CANTO IX.

La voz del vocalista  resonaba a través de los altavoces mientras nos movíamos al ritmo de la música en medio de un remolino de gente. Había perdido la cuenta de las horas que llevábamos en aquel edificio, al igual que lo había hecho de la cantidad de alcohol que habíamos ingerido. Rompí a reír cuando vi cómo Apolo fingía tocar una guitarra imaginaria, como si fuera uno de los integrantes de la banda y yo una groupie fascinada. Motivado por mis risas, el dios me hizo dar una vuelta sobre mí misma, de manera que quedé de espaldas a él. No pude evitar que mi sonrisa se ensanchase cuando colocó una de sus manos sobre mi vientre, pegándome a su cuerpo. Algunos mechones de su cabello me hicieron cosquillas en la mejilla cuando se inclinó sobre mi hombro para depositar un suave beso en el lugar en el mi cuello y mi clavícula se unían. Inmediatamente después, posó una mano en mi cadera para instarme a girar de nuevo, quedando de nuevo frente a frente y permitiéndome ver que su sonrisa era igual, o más grande, que la mía.

Colocó varios mechones detrás de mi oreja izquierda para poder hablar cerca de mi oído:

—¿Quieres otra copa o has tenido suficiente por esta noche?

—¿Tú qué crees?

No me molesté en alzar la voz, ya que, a diferencia del resto de los presentes, mi acompañante era capaz de escuchar cualquier cosa que se encontrase a kilómetros de distancia. Apolo me dedicó un guiño pícaro.

—Me gusta más esta Sophie que la que vive conmigo. ¿Puede quedarse para siempre? —bromeó, divertido. Negué, tratando de reprimir una risa. Volvió a acercarse a mí—. ¿Me esperas aquí?

En cualquier otra circunstancia me habría negado rotundamente a quedarme sola en un sitio como aquel, pero la ingesta de alcohol había conseguido desinhibirme más de la cuenta. Asentí con ímpetu antes de ver cómo su mata de pelo rubio desaparecía entre la gente cuando se encaminó hacia la barra, dejándome sola en medio de la pista. Me permití el lujo de recrearme en ese mismo instante, olvidándome de todo lo demás. Llevaba años sin divertirme de aquella manera. Sin quererlo me había dejado arrastrar por la cotidianidad de mi ajetreada vida, olvidándome de mi juventud y de la necesidad de desconectar de los problemas que la aquejaban.

Los láseres de colores brillaban en todas las direcciones y las luces estroboscópicas me impedían identificar los rostros de los allí presentes, pero no me importó. Lo único que me interesaba estaba ocurriendo en mi interior. La sensación de libertad y de desahogo eran indescriptibles, pero efímeras, por lo que debía exprimir esa noche al máximo.

Uno de los camareros se paró frente a mí. No sería mucho mayor que yo, pero era obvio que contaba con mucha más experiencia en ese tipo de "celebraciones". El joven portaba una bandeja de plata labrada sobre cuya superficie se extendían distintos tipos de drogas en formatos variopintos. Con una sonrisa, extendió la bandeja en mi dirección, invitándome a consumir alguna. Alcé una mano para detenerle y decliné la oferta con un gesto cordial. Una cosa era beber alcohol y otra muy distinta era consumir cualquiera de esas sustancias. El camarero no insistió, sino que alzó la bandeja por encima de su cabeza con una de sus manos para, con la otra, rodear mi cintura y atraerme hacia él.

—¿A mí también vas a rechazarme? —preguntó en voz baja cerca de mi boca.

Alterné la vista entre sus ojos azules y sus labios mullidos, incapaz de formular una palabra, por simple que fuera. El chico había sido respetuoso cuando rechacé consumir estupefacientes, por lo que no dudé en que también lo sería si me negaba a besarle. La verdadera pregunta era, ¿deseaba hacerlo? Sin permitirme pensar más de lo estrictamente necesario, me lancé a sus brazos. Él me devolvió el beso con gusto, de manera que no vaciló al introducir su lengua en mi boca en un beso no apto para todos los públicos. No pude evitar morderme el labio cuando finalmente nos separamos y me sonrió de forma coqueta.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADAWhere stories live. Discover now