«¡Arremeted, troyanos de ánimo altivo, aguijadores de caballos!»

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Homero. Ilíada. CANTO V.

La luz procedente de la pantalla del ordenador era la única fuente de iluminación de la habitación. Me froté los ojos con fuerza para tratar de paliar la sequedad que los aquejaba a consecuencia de llevar prácticamente toda la tarde investigando sobre los dioses olímpicos con los que, desde hacía ya unas cuantas semanas, compartía piso.

Según mis averiguaciones, Diane y Apolo eran, tal y como ellos me habían indicado, hermanos gemelos. Sus padres eran Leto, una titánide, y Zeus, dios del trueno y soberano de todos los dioses del Olimpo. Este último estaba casado con Hera, pero esto no había sido un impedimento para sus relaciones extramatrimoniales. Diane, Apolo, Afrodita, Atenea o Ares eran una evidencia de ello, y no eran los únicos. En cuanto al embarazo de Leto, pude saber que Hera prohibió que se le ofreciese asilo para poder dar a luz en cualquier lugar de la tierra, por lo que la madre de Diane y Apolo vagó errante hasta que Ortigia, una isla flotante y estéril, accedió a acogerla. Al parecer el parto de Leto duró nueve días y nueve noches, ya que Hera retenía a Ilitía, la divinidad que presidía los partos felices, en el Olimpo. Por lo que leí, todas las diosas, principalmente Atenea, acompañaban a Leto, pero no podían hacer nada sin el consentimiento de Hera. Finalmente, sobornaron a esta con un collar de oro y ámbar, lo que permitió que Ilitía acompañase a Leto en el parto. La primera en nacer fue Diane, quien ayudó a su madre a traer al mundo a Apolo.

Miré mis anotaciones con interés. Si hace varios meses me hubiesen dicho que pasaría una tarde entera investigando sobre el nacimiento de los dioses del panteón griego, no me lo habría creído, pero ahí estaba. Mi vida se había convertido en una completa locura.

Me recliné contra el respaldo de la silla y suspiré con cansancio.

La mirada furibunda de Mary resurgió de lo más profundo de mi mente, donde había tratado de mantener el recuerdo de su actitud hacia mí durante el funeral del señor Sanders. El odio que destilaban sus palabras y la desesperación con la que trató de llegar hasta mí se habían convertido en un pensamiento recurrente que me martirizaba día y noche. Y a pesar de lo descabellado de la situación, entendía el resentimiento de Mary. Lo entendía perfectamente, porque sus acusaciones no eran ninguna mentira. Quizás yo no hubiese sido la mano ejecutora del homicidio de su marido, pero sí había sido una de las causantes.

La vacuna del CHRYS–20 era un proyecto en el que MíloPharma llevaba años trabajando. Robert Sanders no solo había dedicado su vida al desarrollo del inmunógeno, sino que este había sido también el causante de su muerte. Y pronto lo sería de la mía también, pese a los intentos de Diane, quien seguía enfrascada en su búsqueda de aliados. No llegaba a comprender muy bien el ímpetu de mi mejor amiga por tratar de retrasar un hecho que, a mi parecer, era inevitable.

Iban a matarme.

No era una suposición ni una posibilidad, sino un hecho. Y cuanto antes lo asumiésemos todos, mejor. La única incógnita era quién sería la persona que apretaría el gatillo del arma que acabaría con mi vida o, mejor dicho, cuál sería su naturaleza. ¿Humano o divino? ¿Mortal o inmortal? No era relevante para mí. Me bastaba con saber que posiblemente muy pronto estaría cara a cara con mi verdugo. Esa afirmación me llevó a pensar, de manera casi automática, en el hombre que vi al salir de la iglesia, tras el funeral de mi exjefe. ¿Acaso fue él el causante del nerviosismo de Apolo? No podría afirmarlo con rotundidad, ya que ninguno de nosotros comentó nada acerca del incidente. A pesar de ello, algo me hacía pensar en que la respuesta a mi pregunta era afirmativa.

Unas voces procedentes del salón atrajeron mi atención. Solté el bolígrafo con el que llevaba un rato jugueteando y me puse en pie a toda prisa. Abrí la puerta de la habitación de invitados con cautela y esperé. Entre las risas que inundaban el lugar reconocí la voz de Apolo.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora