«Una obstinada guerra se ha promovido»

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Homero. Ilíada. CANTO II.


El tipo no se movió; ni siquiera pestañeaba y era bastante capaz de asegurar que su pecho tampoco se movía. Era como si se tratase de un autómata.

Necesité solo unos segundos para salir de mi asombro:

—¿Cómo...? —resollé con voz temblorosa—. ¿Cómo ha entrado en mi casa? 

Recorrí la estancia con la mirada en busca del lugar por el que se podría haber colado en mi apartamento antes de volver a fijarme en él, quien me devolvía un gesto impertérrito.

—Traigo un mensaje —contestó con voz queda.

—¿Cómo dice? —inquirí, aunque no se trataba más que de una pregunta retórica, ya que mi mente seguía tratando de asimilar la situación. El asombro inicial se esfumó en favor de un nuevo sentimiento—: ¿Quién es usted y cómo ha entrado en mi casa?

—Él quiere que deje de trabajar en esa vacuna.

Sentí como la mandíbula prácticamente se me desencajaba de la sorpresa. ¿Quién era él y cómo sabía que había una vacuna? A pesar de la impresión, intenté no dejarme llevar por las emociones.

—No voy a volver a repetirlo: salga de mi casa inmediatamente —respondí en su lugar, haciendo hincapié en cada una de las palabras que pronuncié. El hombre ni siquiera pestañeó—. ¡Ya!

Mi grito pareció sacarle de la especie de trance en el que se encontraba, haciendo que avanzase hacia mí con movimientos metódicos. Retrocedí casi por instinto, alejándome de él todo lo posible. Mis ojos recayeron sobre la puerta que conectaba con el pasillo, justo a la espalda del recién llegado. No tenía ninguna posibilidad de huir, ya que el desconocido se alzaba entre mi cuerpo y la salida, mandando al traste cualquier forma de escapar.

Choqué con la pared a mi espalda. Ya no podía retroceder más.

Mi cerebro trabajaba sin descanso en busca de cualquier escapatoria, pero no fue necesario seguir haciéndolo.

La hoja de un arma blanca rodeó el cuello de mi atacante desde atrás, degollándole.

El cuerpo sin vida cayó al suelo con un golpe sordo.

Alcé la vista hacia el autor de aquel crimen. Se trataba de un hombre de mediana edad, cuyos ojos me analizaban de manera casi frenética. El mango de un puñal reposaba en una de sus manos. La hoja de este se encontraba impoluta, como si no acabase de terminar con una vida hacía apenas unos segundos.

—¿Estás bien? —cuestionó con preocupación.

Abrí la boca para decir algo, lo que fuese, pero volví a cerrarla al darme cuenta de que las palabras no parecían querer abandonar mi garganta.

—Le... Dios mío... —balbuceé con dificultad. Aquel individuo envainó su arma y alzó las manos en señal de rendición, en lo que supuse que era un intento de hacerme saber que no me haría daño—. Hay que... Tenemos... —Pasé ambas manos temblorosas por mi rostro. El recién llegado dio varios pasos en mi dirección para tratar de llegar hasta mí. Sus intenciones me hicieron abandonar mi estupor—. ¡Ni se te ocurra ponerme una mano encima! —exclamé con voz ahogada—. ¡Le has matado!

El hombre me dedicó una mirada indescifrable y extendió los brazos, permitiéndome ver las palmas de sus manos, con afán tranquilizador.

—No voy a hacerte daño. —Mi pecho subía y bajaba a una velocidad vertiginosa. Estaba aterrada—. Estás a salvo, Sophie. Voy a sacarte de aquí.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora