«¡Ayante lenguaz y fanfarrón! ¿Qué dijiste?»

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—Es horrible —confesé, permitiéndome hablar de ellas por primera vez—. Son... son tan reales que a veces, cuando despierto, dudo en si han ocurrido realmente.

Aparté la vista de él, incapaz de mantener los ojos fijos sobre los suyos, que brillaban con la intensidad del sol de mediodía.

—¿Quieres que hablemos de ello?

—¿De mis pesadillas?

Él simplemente asintió, invitándome a proseguir si ese era mi deseo. Sequé mis lágrimas y me humedecí los labios antes de contarle cuán tormentosas eran mis noches.

—Están relacionadas con Troya. Siempre —expliqué—. A veces estoy en una habitación, antes de la guerra, o, incluso durante la toma de la ciudad, pero...

Ahí estaba el dichoso nudo de mi garganta que tan bien conocía.

—Pero, ¿qué?

—La de hoy ha sido diferente —atajé con simpleza—. La ciudad estaba en llamas. Los gritos y los llantos de la gente me perseguían mientras corría por las calles, pero huía de alguien más... Yo...

No me vi capaz de encontrar las palabras con las que formular mis siguientes afirmaciones.

—¿Tú?

Inspiré a conciencia, armándome de valor.

—Me escondo, pero me encuentra. Es inútil. Y, después de eso... —balbuceé—. Me resisto y peleo, pero él es más fuerte...

«Los dioses te han abandonado». Las palabras pronunciadas por aquel miserable eran como dardos ponzoñosos que se me clavaban en el corazón. El recuerdo de sus manos por todo mi cuerpo, doblegando mi espíritu hasta convertirlo en un amasijo ennegrecido por la rabia y la desesperación, me producía nauseas. Pese a que no era más que un sueño que nunca ocurrió, la posibilidad de que alguien hubiese experimentado algo así en primera persona me hacía querer llorar de la impotencia hasta quedarme sin lágrimas.

No fui consciente de que estas me acompañaban en ese preciso instante hasta que Apolo secó mis pómulos con dulzura, como si su tacto pudiese eliminar cualquier recuerdo doloroso. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no apartarme de él, absorbida aún por el recuerdo de unas manos deshonrosas y viles que poco tenían que ver con las suyas, que me acariciaban como si fuese uno de sus más preciados tesoros.

—Estás a salvo, Soph —me aseguró. Sus palabras contaban con el respaldo de sus caricias gentiles—. Sea lo que sea que hayas soñado, no es más que eso. No dejaré que nada malo te pase.

Sus manos se aventuraron a ir más allá de mis mejillas. El tacto de la yema de sus dedos sobre mi tez me invitó a cerrar los párpados, aún húmedos por las lágrimas. La sensación era tan agradable que podría haber parado el tiempo en ese momento. Hacía meses que no me permitía el lujo de ser reconfortada así por alguien. El hecho de sentirse querido y protegido era algo tan característicamente humano y primitivo que, durante unos segundos, me permití deambular por el cúmulo de sentimientos que el dios producía en mí.

El silencio entre ambos era tan denso, que, de alguna manera, me vi obligada a tratar de reducir la tensión.

—Te apuesto un dólar a que adivino lo que estás pensando —comenté con aire juguetón; las lágrimas aún en mis mejillas. 

Abrí los ojos en el momento exacto en el que una sonrisa iluminó el gesto de Apolo. El vaivén de sus dedos de pianista sobre mi rostro no se detuvo en ningún momento.

—Tú dirás.

—Que te importo. 

Estábamos tan cerca el uno del otro que fui capaz de apreciar los destellos dorados de sus ojos. Nunca me había permitido realmente evaluar la forma y el color de estos con detenimiento, pero supe que jamás volvería a mirarlos de la misma forma.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADAजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें