18. Una triste pérdida y unos planes macabros.

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—Lo siento mucho, no todas las noticias que tengo para ustedes son buenas—La doctora puso su mejor expresión de falsa compasión—La señorita Fernandez se encuentra estable

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—Lo siento mucho, no todas las noticias que tengo para ustedes son buenas—La doctora puso su mejor expresión de falsa compasión—La señorita Fernandez se encuentra estable.

Un suspiro lleno de alivio abandonó los labios de todos aquellos que sinceramente la apreciaban.

》Pero lamentablemente el hijo que esperaba—Hizo una pausa dramática—no sobrevivió.

La doctora miró a Leonardo para comprobar si caía, y le tomó mucho esfuerzo disimular la satisfacción ¡Había caído! Una expresión llena de dolor se apoderó de sus facciones, ella pudo observar en primera fila cómo se le rompía el corazón.

No sintió compasión, ese hombre seguramente tendría hijos en el futuro pero la oportunidad de ganar tanto dinero con esa mentira, para ella era un evento único.

La mujer se retiró discretamente después de dar las noticias, tenía que encargarse de pacientes reales.

—Mi bebé, mi hijo—Sollozó Leonardo mientras caía al suelo de rodillas, Doña Victoria fue la primera en caer junto a él y abrazarlo, pero a pesar del gesto solidario no fue capaz de disimular la alegría en su rostro, la delataban sus ojos, afortunadamente para ella Leonardo no la estaba mirando.

Lorena se arrodilló frente a él y expresó dulces palabras de consuelo. Alberto no se movió de donde estaba parado, pero no por falta de solidaridad, realmente parecía muy afectado por la noticia, al punto de desconectarse del momento y perderse en sus pensamientos.

—¡Mi nieto! ¡Pobrecito mi nieto! ¡Mi garantía!—Por suerte nadie le prestó la menor atención al lamento egoísta de Doña Rosario, a quien le dolía más haber perdido una mina de oro que a un niño de su sangre.

Ni siquiera su marido la escuchó, Don Antonio estaba paralizado por el dolor y la tristeza pero aún así fue capaz de solidarizarse con el sufrimiento de un padre que acaba de perder un pedazo de su alma.

Cuando se acercó a Leonardo, Victoria y Lorena intentaban hacer que se levantara, pero él sollozaba desconsolado. El señor se arrodilló a la izquierda de Lorena, la rubia al verlo ahí decidió levantarse y se llevó con ella su madre, quien estaba haciendo todo un show, soltando lágrimas de cocodrilo.

Ambas tomaron asiento en la sala de espera, por otra parte Doña Rosario no se sentó, sino que corrió hacia la habitación en la que se encontraba su hija en un dramático acto que todos ignoraron.

—¡No me detengan, tengo que ver a mi hija!—Efectivamente, nadie la detuvo.

Dos hombres arrodillados en el suelo se miraron a los ojos y aunque no se pronunciaron palabras, dijo mucho el abrazo sincero en el que se fundieron, abrazo que fue calmando a Leonardo y selló una alianza silenciosa.

Ambos pensaron en la joven mujer que había perdido a su hijo no nato, cuan destrozada debía estar, este episodio sin duda la dejaría marcada para toda la vida.

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