Capítulo 14

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Llegamos a las capillas, y de inmediato los recuerdos se hicieron presentes. Todo lucía exactamente igual, el sitio no sufrió ningún cambio. El estacionamiento seguía siendo pequeño, aquella vez no hubo problema porque la familia directa del difunto tiene un lugar apartado, en esta ocasión la cosas eran distintas, pero deseaba con todo mi ser no volver a visitar este lugar.

—Si quieres baja en lo que busco estacionamiento —me dijo mi madre.

—Perfecto, te veo en la puerta.

No tenía el valor para entrar sola, apenas estaba en el perímetro de las escaleras y mi cuerpo sentía un frío inmenso. No paraba de observar el lugar, tal vez no podría soportar mucho tiempo, cada segundo que pasaba me inyectaba una ansiedad que parecía no tener un límite.

—Listo, ¿entramos? 

—Mamá, no sé si pueda hacerlo, sabes todo lo que sufrí en este lugar —mi rostro se tensó con cada palabra.

—No tienes que hacerlo, en el panteón habrá oportunidad de que te despidas de Siena.

—Puedes ir a decirle a la madre de Siena que me disculpe —le dije llorando.

—Claro, no tardo.

Me sentí la persona más cobarde del mundo, en mi cabeza le pedí disculpas a Siena una y otra vez, simplemente no pude entrar y eso me hizo entender que seguía sin superar la muerte de mi padre. Era una realidad que mis emociones me seguían traicionando, sin importar lo que mucho que me esforzara, los recuerdos continuaban impactando y afectando mi presente. Ahí fue que entendí que el pasado nunca se olvida, solo se aprende a vivir con él.

—Listo, vámonos —dijo mi madre—. Tranquila no tienes que sentirte así, estoy segura que tu amiga lo entendería.

—Espero que así sea, nadie me conocía más que ella.

Nos dirigimos al estacionamiento. Mi madre se adelantó por la camioneta. Yo iba reflexionado completamente desorientada y el sonido de un claxon me hizo volver en sí.

—¡Ay, Amanda!, debes tener más cuidado, recuerda que ya no estás sola. 

El sentimiento de culpa se convirtió en ira en cuestión de segundos. Almendra era la que estaba conduciendo ese coche. Sin pensarlo me acerqué.

—¡Bájate maldita perra!, ¡tú eres la culpable de todo este desmadre! —grité por todo el estacionamiento.

Abrí la puerta del coche e intenté bajarla. Forcejeamos una y otra vez. Ella no paraba de gritar. Yo estaba cegada, solo quería hacerle daño, nada me importaba en ese momento, ni siquiera la vida de mi bebé. Caímos al pavimento y ahí fue donde entendí lo que estaba pasando. Almendra cayó sobre mí y solo sentí un fuerte dolor en mi vientre.

—¡Mi bebé!, ¡mi bebé!, ¡mi bebé! — grité adolorida y angustiada.

El estacionamiento se llenó de personas, la gran mayoría comenzó a grabar con sus celulares. Yo no podía moverme y Almendra tampoco.

—¡Ayuda!, por favor llamen a una ambulancia —suplicó Almendra.

Cuando observé su tobillo derecho me percaté que lo tenía fracturado. Mi estado seguía empeorando, cada vez me era más difícil respirar.

—Tranquila, Amanda, no te muevas —dijo mi madre.

No sé en qué momento llegó, el tiempo estaba comenzando a perder sentido. La madre de Siena y otras personas de la universidad también se encontraban en el lugar. Comencé a perder el sentido y lo último que escuché fue el sonido de la sirena de una ambulancia.

Amanda RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora