Capítulo 8

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Existían personas que me habían dañado tanto, pero por alguna razón no podía odiarlas. Siena fue mi mejor amiga toda la vida. Recuerdo la primera vez que nos conocimos en la primaria y prometimos ser amigas por siempre. En esa ocasión un niño me estaba molestando y ella lo empujó contra el piso, desde ese momento supe que entre ella y yo surgiría algo especial. Comenzamos a hacer todo juntas; el tiempo fue el encargo de fortalecer esa amistad que pensé que perduraría hasta la eternidad. Además la relación que tenía con su madre era excelente, siempre me apoyaba y me aconsejaba en todo momento, a veces sentía que fungía un rol de madre conmigo. En cierta forma me dolía que estuviera pasando por estos momentos, ella no tenía la culpa de los conflictos que tenía con su hija.

Dicen que: “Hay que tener cuidado con lo que deseas, porque se te puede cumplir”. Hace poco estaba tan molesta, que sólo pensaba en hacerle daño a
Mauro y a Siena por su traición, sin embargo, nunca pude confrontarlos y sentía que me iría de este mundo con mil dudas. Daría lo que fuera para regresar el tiempo y actuar de manera diferente. Desearía haber tomado las declaraciones de Flavio con mayor madurez o por lo menos investigar, antes de que mi falta de juicio me ayudara a tomar decisiones. Si hubiera tenido la valentía de confrontarlos en el centro comercial cuando los vi juntos, tal vez Mauro estaría con vida y Siena no habría sufrido ese accidente.

—Anda, Amanda, tenemos que irnos. ¿Estás bien? —me sacudió un par de veces.

—Sí, mamá, vamos.

La acción de mi madre me sacó de esa introspección. Me levanté de la hamaca y la seguí hasta el vehículo. No me tomé el tiempo de arreglarme, además de que para ella era una situación de emergencia y yo no tenía problema con manejarlo de esa forma. La sentía tensa y angustiada. Ella tenía un gran cariño por Siena, si le contaba todo lo que había pasado muchas cosas hubieran cambiado, no obstante, no quería darle una decepción más.

En todo el camino ambas nos dimos nuestro espacio, no soltábamos ni una sola palabra, sabíamos que hablar sólo abriría las heridas. El silencio era bueno de vez en cuando, me ayudaba a asimilar y a pensar qué sería lo próximo que iba a decir sin lastimar a la otra persona.

Llegamos al estacionamiento del hospital más exclusivo de la ciudad. Siena siempre tuvo una vida de lujos ya que su familia era de la clase alta. Era consciente que nunca tuve el sentimiento de pertenencia a ese nivel social, sin embargo, conocía bien ese mundo gracias a la integración que su familia realizó conmigo.

Nos dirigimos a un paso apresurado hacia la recepción.

—Buen día, venimos a visitar a la señorita Siena Burdeos —dijo mi madre.

—Un segundo —respondió la recepcionista.

Los peores lugares que puede visitar una persona son: una cárcel, un hospital y un cementerio; yo ya había visitado dos. El tercero también era una opción cercana debido a la muerte de Mauro, aunque no fuera físicamente debido a los hechos recientes, era algo con lo que tenía una fuerte relación. Así que podía asegurar que había estado en esos tres lugares, donde surgía: la tristeza, el arrepentimiento, la enfermedad, la vida y la muerte.

—Está en el piso número 7 en la habitación 710 —nos instruyó.

—Gracias —respondió mi madre.

El piso número 7 era el último del hospital. Subimos por el elevador, el cual era muy moderno y de vidrios transparentes que nos permitían ver la ciudad desde las alturas.

Un nervio comenzó a recorrer todo mi cuerpo cuando me percaté que habíamos llegado; las puertas se abrieron y al salir, la madre de Siena estaba en el pasillo.

Amanda RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora