SESENTA Y UNO

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MARATÓN 2/3

A pesar de que la idea de salir de cuarto medio me asustaba de una manera que ni siquiera era capaz de dimensionar, no me sentía necesariamente "emocional" con el hecho de que con el egreso de mi generación dejaría de ver a quienes habían sido mis compañeros de curso por cuatro años.

Tres metros de corneta me importaba separarme de ellos y por consiguiente dejar de verles el caracho, tampoco me importaba lo que ellos fueran a hacer el año siguiente o si tomaban todas sus pilchas y se iban a otra región mañana mismo. Lo que era relevante para mí es que sabía que la Vale y el Felipe no tenían ni el mínimo interés de irse de Santiago y ellos dos eran los únicos que me importaban.

¿Estaba triste? Quizás un poco, pero más bien por el hecho de estar por terminar un ciclo.

Esa mañana, siendo el último día de clases de los cuartos medios, los alumnos de tercero nos habían preparado un día "sorpresa" que debido a su tradicional celebración anual no sorprendía en realidad a nadie, en absoluto.

El inicio consistió en que apenas entramos a clases –debo señalar que más tarde de lo habitual– los bebecitos de primero básico, quienes habíamos apadrinado a inicio de año, nos esperaron con regalitos hechos con su propias manitos, amor, sudor y lágrimas. Acción que me hacía la orgullosa propietaria y por ende portadora de un reloj de muñeca tamaño real que se había quedado pegado marcando las 13:30, algo que honestamente si me preguntan consideraba bastante maravilloso, es decir ¿pasar cada momento del día como si fuera hora de almorzar? Simplemente sacado de cuento de hadas y por último, pero no menos importante, una corona de reina que había hecho su lugar en mi cabeza desde que me la habían entregado.

Luego, mis compañeros participaron en unas actividades deportivas y en la actualidad estábamos en el comedor del colegio en un desayuno con show artístico incluido para hacer más ameno el té.

—Que fea erai cuando llegamos —escuché decir al Felipe mientras agarraba entre sus dedos el recuerdo que estaba frente a mí sobre la mesa y que obviamente también había sido diseñado de forma personalizada para el resto de mis compas; en este se encontraba una copia de la foto tamaño carnet que nos habían tomado cuando entramos a primero medio y que solían poner en la hoja de vida de cada uno.

Dicha foto estaba pegada en un palito junto a un bombón y una frase inspiradora motivacional personalizada, la mía decía: « Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado.
Friedrich Nietzsche ».

No me gustaban las frases filosóficas, pero la intención era lo que contaba.

—Feo tu poto —contraataqué al Felipe con el ceño fruncido, tratando de quitarle la foto de las manos y evitar más molestias hacia mi persona.

Lamentablemente no obtuve victoria y como parte de un rasgo de maldad pura en la personalidad de mi amigo, el Felipe le tomó una foto a mi yo puberta de catorce años y la subió rápidamente a sus insta stories, ganándose una mala mirada de mi parte.

—Avergonzarte de tu pasado habla muy mal de ti —me retó con una mueca fingida.

—¡Vale! —hablé en voz alta en dirección a mi mejor amiga y los metros de distancia que nos separaban, para que me para que se volteara a verme. La cobarde se había sentado en otra mesa con la clara idea de evitar la cercanía con el Pipe—. ¿Podemos cambiar de asiento?

—No —respondió de manera determinada apenas se volteo a verme y luego volvió a su antigua posición para prestar atención en lo que estaban cantando los alumnos de tercero.

—Llorona —me acusó el Felipe a mi lado.

Entrecerré mis ojos en su dirección para luego darle un codazo en las costillas que de milagro no esquivó. Estuvimos unos minutos peleando de esa forma infantil, hasta que el Tomás, quien estaba sentado frente a mí, decidió que era más entretenido hablar con nosotros que el show que nos estaban dando los alumnos de tercero medio.

PAPI MECHÓN (editando)Where stories live. Discover now