Capítulo 14

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Gruñí al escuchar de fondo mi despertador. Daba igual el sonido que estableciera para intentar despertarme de mejor humor, era imposible, solo quería envolverme de nuevo entre las mantas y continuar soñando. Pero no. Por fin había llegado el día que tanto tiempo estaba esperando. El primer día de mis prácticas.

Era mi último año de carrera y, sin duda, el mejor de todos, dado que, en los dos anteriores, las prácticas pasaban en un suspiro. En el segundo año eran dos semanas de nada, y en el tercero, un mes. ¿Pero este? En este eran tres meses. Tres meses maravillosos dedicándome a trabajar en lo que más me gustaba, sin pagarme, claro, pero eso no me quitaba la ilusión.

Solo por eso, decidí ignorar el cansancio que traía encima y ponerme a desayunar con entusiasmo. Me recogí el pelo en una coleta alta malhecha (que ya arreglaría después) y me dirigí a la pequeña cocina, por no decir inexistente, pues estaba unida al salón y se componía de tres encimeras, una nevera enana, un microondas encima, y un horno. Nada más. No teníamos mesa, tampoco sillas, siempre comíamos en el sofá. Pero era lo que había, los pisos en Madrid eran caros de narices, por eso los jóvenes tardaban tanto en independizarse.

Eso me hacía pensar en la familia que había dejado en Asturias. Para mí hubiera sido muchísimo más cómodo estudiar desde la casa que pagaba mi madre y no tener que lidiar con combinar eso con el trabajo, pero prefería la vida que tenía aquí a eso. Necesitaba huir de allí, principalmente de mi padre. Y eso de no tener que deberle explicaciones a nadie y hacer lo que me daba la gana no estaba nada mal (tema de gastos y facturas aparte).

—¡Buenos días, madrugadora!

Gruñí un saludo de vuelta a Martina. No es que hubiera sido muy audible, pero es que no me salía otra cosa. ¿Cómo iba a poder soltar algo diferente si la tía ya había puesto una barrita de incienso a quemar y estaba con ropa de deporte, preparándose un zumo de naranja y unas tostadas con mermelada como si hubiera salido de un anuncio de televisión? Sin olvidarme de la macedonia perfectamente cortada en un bol de colores. Seguro que en cuanto acabara se pondría a grabar un Tik Tok y una historia para Instagram haciendo ejercicio.

Y, vale, sí, sé lo que puedes pensar, no tenía derecho a juzgarla e ignorarla así, pero no la entendía, había algo en ella que me resultaba falso, además de esa importancia que le daba a hablar como si fuera madrileña, cuando no lo era. ¿Qué había de malo en ser argentina? A mí me gustaba ese tono de voz, y yo era la primera que no era de aquí. No, no tenía ninguna intención de utilizar expresiones como mola mazo, garito o pibas, no cuando yo en Asturias no lo usaba. ¿Para qué fingir ser alguien que no eres? Aunque, qué iba a criticar yo a Martina, si todas las influencer de postureo de Instagram hacían lo mismo.

—¿Hoy empezá...? —carraspeó al darse cuenta de su error—. Hoy empiezas las prácticas, ¿verdad?

—Sí —respondí mientras me dejaba caer en el sofá con un paquete de galletas en la mano derecha—. Y por la tarde me toca estar en la cafetería, así que apenas me verás.

—Igual traigo a un chico a casa, si no te importa.

—No, me da igual —acepté—. Ya sabes que a mí eso no me da más. Mientras que yo no esté aquí, claro.

—Este... —Carraspeó de nuevo al percatarse de su muletilla y suspiró—. Gracias.

Asentí con la cabeza y me centré de nuevo en el desayuno que constaba de unas galletas revenidas y un Colacao mientras ella devoraba el suyo. Cuando terminé, la dejé aún eso, después estaba segura que seguiría con su rutina de persona famosa.

Al abrir el armario decidí ir a lo básico para no complicarme la vida, unos vaqueros largos, un jersey y unas deportivas. Después fui al baño para lavarme los dientes y la cara, además de arreglar el desastre de peinado que tenía.

Bésame en el cuelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora