Capítulo 6

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Hugo

Unas horas antes...

Intercambié el peso de mis pies mientras escuchaba la discusión que mi madre estaba manteniendo con su pareja. A veces me preguntaba por qué no iba a visitarla a su casa más a menudo, pero momentos como ese me lo recordaban.

Laura, mi hermanastra de cinco años, se asomó tras la puerta del salón con expresión de tristeza dibujada en su rostro. Quién sabía la de veces que los había escuchado así. Parecía que mi madre no había aprendido de su relación anterior, con mi padre, donde él la trataba como a un trapo y se dedicaba a dejarla sola para ir a follarse a otras. Apreté las manos en un puño y tragué saliva al recordarlo. Al volver a mirar a mi hermana me centré en lo importante.

—¿Qué pasa, Lau? ¿Has venido a enseñarme algún juguete nuevo?

—Papá y mamá están...

—Vamos a merendar unos churros, que con este frío entran muy bien —la detuve—. ¿Te animas?

—¡Síííííí!

Sonreí al descubrir que persuadirla había sido sencillo, no quería que ella pasara por lo mismo que yo. Caminé hasta la entrada para buscar su abrigo, además del kit compuesto por gorro, bufanda y guantes; y me puse el mío. Una vez preparados, comprobé que llevaba todas las cosas en el bolsillo y le ofrecí mi mano para salir. Ni siquiera me molesté en anunciar que nos íbamos, tampoco iban a darse cuenta hasta dentro de un buen rato.

Las calles de Madrid estaban recargadas de adornos navideños. Laura paseaba entusiasmada ladeando su pequeña cabeza con esa mata de pelo oscuro que se asomaba tras su gorro morado. Cada Papá Noel que veíamos colgado por alguna ventana me lo señalaba y cuando encontraba luces de colores enlazadas en los barrotes de las terrazas chillaba de emoción.

La verdad es que admiraba su adoración hacia estas fechas, pero no la compartía. Aun así, fui lo suficientemente bueno como para morderme el labio y fingir una sonrisa de alegría cada vez que miraba en mi dirección, buscando aprobación.

—¿Qué le has pedido a Papá Noel, Lau? Espero que no te hayas pasado, eh, que hay más niños que quieren regalos y luego no caben todos en el trineo. Los renos van a quedar agotados con tanto peso.

—¡Son mágicos, tonto!

Entorné los ojos al escucharla. Mi hermana era experta en leer el catálogo de juguetes de cabo a rabo y pedir todo lo que veía por la televisión —que no era poco porque era su mayor afición. Su padre, cuando estaba en casa, lo único que sabía hacer era tocarse los huevos mientras se tragaba toda la programación de Telecinco.

—Aún así... hay que aprender a dejar un poco a los demás.

Laura me miró con cara de pocos amigos y permaneció en silencio, pero continuaba apretando mi mano con su guante de lana. Cuando llegamos a la fachada de la cafetería Bom Bon no pude evitar sentirme ansioso. No hacía mucho que había decidido visitar el lugar por primera vez al ver la cantidad de personas que entraban y salían. Quería saber qué tenía de especial. Fue entonces cuando la vi.

Recordé que al principio me había llamado la atención por su gran atractivo físico, pero luego me resultó familiar y no tardé en ubicarla en el piso que estaba frente al mío. Desde luego, la expresión de que el mundo era un jodido pañuelo en ese momento me pareció real. Me pasé un par de horas haciendo tiempo con el café y el móvil mientras la seguía con la mirada, no pude evitar recrearme observando su trasero.

—¡Me gusta!

Meneé la cabeza al escuchar la aprobación de mi hermanastra y me fijé que se refería a la decoración del exterior. La verdad era que la vez anterior no lo había mirado demasiado, así que me tomé un par de minutos para observar los ventanales y las lucecitas que había colgadas.

Bésame en el cuelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora