Capítulo 3

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La semana siguiente una vorágine de tareas pendientes me atraparon. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina y a la caótica facultad había que sumarle el caos en el trabajo, la compra de los regalos y la cantidad de editoriales que habían decidido sacar libros maravillosos y me había anotado para colaborar con ellas y leer. Por eso, no había podido pensar más tiempo en mi misterioso vecino o los problemas con Fran. Bastante tenía ya con los míos.

El domingo por la tarde me encontraba echada en el sofá con una gruesa manta de lana encima y Buscaba un príncipe, pero encontré una rana en mis manos. La novela había sido escrita por una chica asturiana llamada Clara y había sido muy pedida por sus lectoras de wattpad. Al final, había alcanzado tanta popularidad que llamó la atención de las dos editoriales con mayor peso en España: Planeta y Penguin Random House. Y ahora había conseguido publicar con una de ellas.

Las chicas, como yo, que empleaban su tiempo libre colaborando con editoriales para mostrar sus lanzamientos por redes sociales y reseñarlas se habían puesto como locas para lograr tener un ejemplar en sus manos y hacer las mejores fotografías. Yo mantenía un nivel sencillo, me dedicaba a mantener un Instagram y un blog bonito, con publicaciones realizadas en la cafetería en mis huecos libres. Así era feliz y no me agobiaba. No disponía de mucho tiempo para pensar algo más sofisticado o impresionante, como aquellas que usaban Photoshop para editar las imágenes.

Cuando había llegado a la parte interesante, donde la protagonista descubría que tendría que cuidar a un chico de su edad, y no a un niño pequeño —como ella pensaba—, tuve que cerrar el libro, pues Martina había llegado.

La chica cerró la puerta ayudada por sus botines negros con tacón y suspiró al dejar caer las bolsas en el suelo. Hoy en día, a pesar de llevar viviendo con ella un año, me seguía sorprendiendo que fuera combinar su ropa de manera tan bonita y era capaz de maquillar su rostro de manera tenue, resaltando sus ojos almendrados y sus labios gruesos. A mí me parecía un don.

Sin duda, Martina Ferrari tenía los rasgos y apariencia perfecta para vivir de lo que había empezado a dedicarse: Influencer. Sí, ese término que chirriaba a más de uno y a otros les hacía poner los ojos en blanco. Martina dedicaba, y no exagero, todo el día a realizar tareas que giraran entorno a este universo de postureo y likes. Pero, claro, yo también lo hubiera hecho si mis genes me hubieran querido otorgar un bonito pelo ondulado rubio natural junto a unos bonitos ojos azul hielo. ¡Pero si incluso su nariz era recta y pequeña! Y su cara no parecía la de una bola por ser redonda, era de una bonita forma triangular.

—¿Ya has comprado los regalos de Navidad? —pregunté a modo de saludo mientras la observaba de reojo cómo inclinaba su cuerpo para mirarse en el pequeño espejo que habíamos colocado en la pared de la entrada y aplicarse un labial rosa no sé qué. Tenía tantos que había olvidado el nombre de la mayoría.

—Sí, había mazo de peña en las tiendas. Es una completa locura ir por Gran Vía, pero, por suerte, he logrado pillar unas cuantas cosas que llevaba tiempo queriendo. Chachi, ¿verdad?

Arrugué la nariz al escucharla. Si había algo que me ponía de los nervios, aunque sabía que no era problema mío y que no debía meterme, era que se esforzara tanto en hablar de una manera tan castellana, con expresiones madrileñas que se notaba a la lengua que incluía de forma forzada por la manera en que las pronunciaba.

Martina había llegado de Argentina con su padre tres años atrás y, desde entonces, se dedicaba a escuchar a los madrileños, sobre todo de su edad, para cambiar su vocabulario. Desde que la conocía, cada vez que usaba una palabra argentina, sin darse cuenta, se encerraba en su habitación y no volvía a hablar en todo el día. Por eso mismo no teníamos mucha relación y había elaborado una imagen de su persona de una chica superficial, cuyo único propósito en la vida era hacerse famosa para ganar dinero y vivir en una mansión con un jacuzzi para arrugar sus dedos como si fueran pasas.

Bésame en el cuelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora