Capítulo 13

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«Uff... qué dolor de cabeza». Eso fue lo primero que pensé nada más abrir los ojos. Mi entorno no hacía más que girar y tuve que parpadear para centrarme. Lo primero que reparé fue una ventana con la persiana subida, no bajada, como estaba acostumbrada a tener cuando dormía, y por eso la luz me dio de lleno.

Me incorporé y lo siguiente que aprecié fue un par de estantes repletos de CDs y algún que otro libro, aunque escaseaban. Las paredes eran de un tono azul pálido, casi blanquecino, y una de ellas estaba decorada con varios posters, entre ellos la portada del primer disco de Alessby: Lobas.

No pude evitar fijarme en el resto de la sala. Mi cerebro necesitaba conocer las distintas caras que componían el cubo de Rubik que era la vida del chico que dormía plácidamente al otro lado de la cama, con el pelo revuelto y la piel al descubierto; el mismo que recordaba haber tenido una noche de...

Tragué saliva. Me fastidiaba reconocer que habían sido unas horas maravillosas, cargadas de adrenalina e incertidumbre, pero ahora las palabras de mi ex rebotaban en mi cabeza, entremezcladas con lo que ahora identificaba como una resaca. Aburrida...

Inspiré con fuerza y focalicé la atención en la guitarra situada en una de las esquinas, junto a una montaña de ropa y lo que parecía un portátil. Era el típico instrumento que usaban los bohemios y los adolescentes que querían parecer interesantes y misteriosos para poder ligar, también los que se interesaban en empezar a componer. Me extrañó relacionarlo con él, aunque... mujeriego. Esa guitarra parecía el acompañante perfecto.

Continué con el escrutinio hacia el tablón que había en la pared que presidía la cama. Sabía que tenía que irme, pero su respiración calmada y el compás de su pecho me decía que podía seguir investigando un poco más. Volviendo a ese corcho marrón, bastante común hace años, estaba lleno de cosas. Me mordí el labio inferior al contemplar una matrícula con la bandera de Reino Unido y el típico cartel turístico, pero con una frase que parecía estar hecha para él. Rodé los ojos al volver a ver la hilera de condones, esa que tanta desconfianza me causaba. Pero lo mejor fue ver un llavero y varias fotografías, en una salía con una niña pequeña. ¿Sería su hermana?

Me tensé al escuchar un gruñido por su parte y el somier rechinando al cambiar el peso de su cuerpo. Mi corazón empezó a latir a gran velocidad y los miedos y las inseguridades empezaron a abordarme, generando un agujero negro en el estómago. Lo que había hecho estaba mal, no sabía nada de él, salvo esos pequeños detalles que había curioseado. Ni siquiera sabía cómo iba a continuar todo si abría los ojos, lo más probable era que se pusiera borde o me echara de allí sin despeinarse. «Por Dios, Carlota, si no están las cosas como para irse a casas de extraños, aunque esté a escasos metros de la tuya».

Suspiré. No, no podía permitirlo, no podía romper más mi autoestima y ese pequeño órgano que me permitía seguir con vida; pero no sabía cómo salir de ahí. ¿Debería dejar una nota? ¿Coger todo y ya? ¿Despedirme, al menos?

Solté una bocanada de aire y me apresuré en recoger las prendas que había esparcidas por el suelo. Joder, ni siquiera llevaba puesto el sujetador. Hice un ovillo con todo y lo dejé sobre la cama para poder ponérmelo y proteger mi cuerpo. Después me puse de pie para poner de nuevo las bragas en su sitio. El gruñido que hizo al removerse no me pasó desapercibido. Tenía que meterme prisa.

Vale... ya tenía lo esencial, lo siguiente era la camiseta. Mientras metía la cabeza en el agujero, recordé todo lo que había vivido hasta llegar al momento en el que estaba. No me arrepentía de haberle hablado, ni siquiera de haberme ido con él, pero me resultaba extraño. Extraño en mí. Siempre me habían inculcado el concepto de noviazgo y de ser formal, salirme de esa enseñanza de perfección era como saltar al vacío y esperar no darte un golpe; aún podía saborear la sensación de vértigo, ese cosquilleo que te pedía más. Pero no. Ya había avanzado demasiado como femme fatale, ahora solo tenía que huir y dejarle desconcertado al despertar. Aunque... a quién quería engañar, si seguramente le daría igual, ni siquiera recordaría mi nombre. Así que lo más rápido y sensato era irme, cortar por lo sano, antes de seguir queriendo conocer más aspectos de su vida y correr el riesgo de pillarme por mi maldita manía de querer saber de la persona con la que me acostaba. Mierda de confianza... viviría mejor si fuera Beca. Ella sabía. Yo era... una becaria en esto del folleteo sin compromiso.

Bésame en el cuelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora