Capítulo 4

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Al día siguiente fui a la facultad pensando en la bochornosa situación. Desde luego, desde entonces no había vuelto a hablar con él y, sabiendo lo orgulloso que era, tardaría en pedirme perdón o, incluso, estaría pensando que yo lo hiciera. En momentos como ese sabía que Beca tenía razón y que me merecía a alguien mejor, pero luego me pedía perdón y se esforzaba en demostrarme que había sido una tontería —aunque para mí no lo fuera—, y terminaba olvidando todo.

No sabría decir en qué momento me había vuelto tan blanda conmigo misma. Si fuera otra persona ya le hubiera dicho que hay chicos, o chicas, mejores y que no tenía por qué estar aguantando esas situaciones. Pero la verdad es que en caso propio es más complicado, mi cerebro se encargaba de excusarlo diciendo que estaría cansado, o que quizás yo me había excedido y que tenía razón en que era una celosa y quería acaparar toda su atención. ¡Incluso me autosaboteaba pensando que se daría cuenta de lo que había hecho y no lo volvería a hacer! Cualquier cosa con tal de seguir con mi relación estable.

—Estás en la luna, Lotta —susurró Gabriela dándome un pequeño codazo—. Como te pregunte algo la profesora no vas a saber contestar.

—Sí, perdona, tienes razón.

Suspiré e intenté volver la atención a la clase de Atención a la diversidad, donde nos enseñaban a poder educar a niños con distintas necesidades, como hiperactividad, autismo o síndrome de Down, entre otros. Por lo general era de mis asignaturas favoritas, pero el hecho de pensar que teníamos los exámenes a la vuelta de la esquina y mis problemas amorosos me resultaba imposible concentrarme.

—¿Es por Fran?

—Sí —respondí en un murmullo—. No sé qué le pasa últimamente, pero tengo la sensación de que...

Me erguí al sentir la mirada de la profesora y tragué saliva, entonces fingí que anotaba algo que había dicho en la libreta para que me dejara tranquila. Al final Gabriela iba a ser vidente.

—Luego te cuento —dije a mi amiga cuando me había librado de la vigilancia.

Gabri asintió e hice el esfuerzo de fijar la atención a la clase mientras anotaba como podía lo que la profesora iba diciendo.

—¿Y bien? —preguntó nada más conseguir sentarnos en una de las pocas mesas libres que quedaban en la cafetería y pedir unos pinchos de tortilla

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—¿Y bien? —preguntó nada más conseguir sentarnos en una de las pocas mesas libres que quedaban en la cafetería y pedir unos pinchos de tortilla.

—A ver... —Jugueteé con las mangas de mi jersey mientras pensaba como verbalizarlo. Me costaba aceptar que tan siquiera me hubiera planteado esa posibilidad—. Seguramente me equivoque, porque sería raro y Fran me quiere, pero...

La boca se me secaba con solo imaginarme la situación. Tragué saliva y me relamí el labio inferior antes de continuar, animada por el movimiento de cejas de mi amiga y su expresión expectante.

—Creo que me engaña —dije y solté una gran bocanada de aire. Acto seguido apoyé mi espalda contra el respaldo de la silla y la tensión acumulada en mis hombros se desplomó.

Bésame en el cuelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora