Capítulo 1

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Mauro llamó una vez más, y yo no respondí. Tenía más de 54 mensajes sin leer. ¡Por Dios! ¿Cuándo se detendría? Era algo tan desgastante no tener tiempo ni para respirar. Con frecuencia así comenzaban nuestras peleas y los temas de conversación se tornaban cada vez más incómodos. Muchas veces pensaba cómo diablos éramos pareja siendo personas tan distintas. Él se había convertido en un esclavo de la tecnología, siempre buscaba explotar cada maldita aplicación. En verdad odiaba no poder comunicarnos como antes, sin un estúpido celular de intermediario.

Mi vida era algo monótona, no acostumbraba pasar mucho tiempo con mi celular, solamente lo utilizaba para tener algo de comunicación con el mundo. La mayor parte del tiempo prefería conversar con las personas de forma directa. Debido a eso, mi círculo social era muy reducido, sin embargo, no me incomodaba en lo más mínimo.

—¿Cómo va tu relación con Mauro? ¿Se están cuidando? —me preguntó mi madre, sin tener nada de tacto—. Recuerda que aún soy muy joven y bella para ser abuela —agregó con sarcasmo.

—¡Mamá, basta! —le mostré mi molestia con un tono de voz elevado.

Ella de inmediato cambió su semblante, era evidente que no fue mi mejor reacción.

Desde que papá murió las cosas no eran iguales en casa. Mi madre habitualmente abusaba de la forma en la que quería conducir mi vida, a causa de eso no pasábamos mucho tiempo juntas. Al igual que Mauro, era incontable la cantidad de fotos, mensajes, cadenas y llamadas que enviaba a mi celular; esto comenzaba a cansarme.

—Lo siento mucho —le ofrecí una disculpa; creí que la merecía.

—No te preocupes, yo también te ofrezco una disculpa —soltó una ligera sonrisa y después me dio un abrazo—. Te amo, hija. Nunca lo olvides.

—Tengo que irme —vi mi reloj y me percaté de lo tarde que era para la cita que tenía con mi novio en el centro comercial.

—¿A dónde vas? —me preguntó preocupada.

—Después te cuento o mándame un mensaje, total… es lo que siempre haces —respondí sarcásticamente.

Salí de mi casa y muchas cosas me pasaban por la cabeza. Supuse que era una crisis existencial, ya que me cuestionaba hasta el aleteo de una mariposa. En el trayecto miraba hacia la casa de la señorita Bermellón (mi maestra de Sociología). Ella siempre estaba discutiendo con su esposo, no imaginaba lo complicado que era tener una vida así. Realmente desconocía el motivo de sus peleas y no tenía la suficiente confianza para preguntarle; por supuesto que la duda me mataba.

Al llegar al punto de encuentro, mi celular comenzó a sonar; contesté de inmediato.

—Hola, amor. ¿Dónde te encuentras? —dijo con su peculiar voz raposa y profunda.

—Frente a la tienda de mascotas. Es increíble que para todo tengas que marcarme —colgué el celular.

Mauro se acercó y me preparé psicológicamente para una discusión más.

—¿Qué te pasa, Amanda?, sólo quería saber dónde estabas. No creo merecer una respuesta así, muero de ganas por verte y lo primero que sucede es esto.

La gente pasaba alrededor de nosotros mientras gritaba sus argumentos.         

—Lo siento —solté el aire de forma abrupta—. Tienes razón, mi actitud no fue la adecuada.

La verdad, no fui del todo sincera, simplemente no quería pelear, sólo deseaba pasar un rato agradable con él. Podía ser la relación más extraña, pero de verdad estaba profundamente enamorada, a tal grado de no imaginarme cómo sería estar sin él.

Amanda RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora