81 - EL ÚLTIMO BASTIÓN HUMANO

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—Lanzas y espadas son mi especialidad. Además mi puntería es infalible.

—¡Jo, jo! ¡Me gusta esa autoestima! —echó un pequeño vistazo al estado físico del joven y lo aprobó con un movimiento afirmativo de cabeza—. Bien, aquí tendrás comida y cama, por la mañana antes de que los gallos canten ya debes estar preparado para entrenar y por la tarde tienes algunas horas de ocio, pero aunque parezca que todo el mundo está relajado, no es un juego. ¿Estás dispuesto a entregar la vida por tu rey?

—Absolutamente...

—Perfecto. Dale una armadura y enséñale el cuartel para que pueda dejar sus pertenencias —ordenó.

—¡Sí, señor!

Jol fue guiado a través del asentamiento hasta uno de los portones de madera, caminaron dentro de la muralla, un largo pasillo construido con enormes rocas. Dejaron algunas habitaciones cerradas detrás de ellos y se detuvieron frente a una en específico. El soldado corrió el cerrojo y empujó. En el interior había un montón de armaduras acomodadas simétricamente. En el pecho, justo sobre el corazón mostraban el símbolo del sol.

—Aquí es. Todas tienen una calidad elevada, están hechas por herreros seleccionados por el mismísimo rey. Toma una con tranquilidad y ven a verme en el campo de entrenamiento.

—Está bien —Jol mantuvo la seriedad todo el camino, solo en ese instante tuvo una pequeña mueca de deseo aunque rápidamente se decepcionó. Esos petos le resultaban bastante incómodos, además de pesados, no estaba dispuesto a reducir su velocidad en medio de la misión. Simplemente no escogió ninguna.

Al hallarse sin custodia emprendió su cometido. Asomó por el marco de la puerta para comprobar que efectivamente no había nadie a la vista y salió de la habitación. Avanzó por el pasillo tratando de mantener una postura relajada para evitar una actitud sospechosa, se le hizo eterno. Un par de soldados salieron de uno de los cuartos con un par de cajas de madera en los brazos, él se pegó a la pared para dejarles pasar y ellos se lo agradecieron siguiendo su camino. No era necesario ningún tipo de disfraz, pues solo un humano podía estar allí adentro. Nadie desconfió. Nadie fue capaz de prever la catástrofe.

Las botas del cazador sonaron sobre las heladas losas. Aunque no tan frías como su mirada al avanzar por el extenso corredor. Con pasos largos y apresurados encontró un par de puertas distintas a las demás, pues estaban pintadas con un marrón más oscuro y el sol rojo del reino en medio de la madera. Desenganchó su lanza y con la otra mano empujó la entrada lentamente, desde la abertura llegaron algunas voces, "Ahora acuéstate ahí", empujó un poco más y la lujosa habitación apareció ante él. Sin embargo, ni siquiera su frialdad estaba lista para asimilar lo que allí se encontró.

El sacerdote fue fácil de reconocer, en su cabeza llevaba su solideo, un sombrero pequeño y redondo que solo alcanza a cubrir la parte superior de la cabeza y que los adeptos a dios no se quitan nunca, estaba de espaldas. Las canas eran obvias y las arrugas en todo su cuerpo también fueron fácilmente reconocibles, sobre todo porque el susodicho no iba vestido. Algo que podría haber sido solo un momento incómodo, pero al observar más allá descubrió lo desagradable. Acostado boca abajo sobre el colchón había un niño, no más grande que Azalea. Fue este el primero en descubrir a Jol en el marco de la puerta, lo observó desde la cama con unos ojitos desganados, ya ni siquiera había miedo, como si aquella situación se hubiera repetido tanto que solo dejó tristeza en la mirada, tanto así que ni siquiera tuvo la intención de pedir auxilio. Simplemente se quedó inmovil, rendido, mientras el adulto le quitaba el pantalón. Esta acción fue interrumpida de inmediato por un fuerte portazo.

—¡¿Qué ocurre?! ¡Saben que no deben molestarme a esta hora! —gritó el sacerdote al voltear con cara de enfado, pero cambió por una expresión de extrañeza al ver a un joven con un lanza en la mano—. ¿Y tú quién eres? ¿Cómo entraste aquí? —Jol no contestó, con el ceño arrugado y los dientes apretados miró al niño, este se había escondido asustado detrás del colchón tras la brusca entrada. El viejo notó el interés en el pequeño—. ¿También quieres divertirte un rato? Lo podemos usar entre los dos... —en ese instante la furia arrugó aún más la cara del cazador, clavó a Colmillo de Obsidiana en el suelo y se arremangó las mangas, los brazos comenzaron a oscurecer—. ¡¿Qué eres?! —gritó con terror el viejo, dio unos pasos hacia atrás cuando Jol comenzó a avanzar. Frente a la hostilidad juntó las manos para rezar y murmuró algunas plegarias, pero rápidamente descubrió que esos poderes no tenían ningún efecto en el desconocido, la sensación de este fueron solo unas brisas chocando contra su cuerpo—. ¡Maldito monstruo! —alcanzó a lamentarse antes de que Jol le apriete la cara con toda su mano. El débil sacerdote tomó el brazo para tratar de quitarse de encima el agarre que aplastaba su rostro, sin embargo, no pudo hacer nada contra la fuerza de la oscuridad. El cráneo crujió para arrancarle un gritó que fue contenido por la misma palma. Nadie oyó ese sufrimiento. La presión ejercida fue tan brutal que toda la cabeza estalló.

UN SECRETO EN EL BOSQUEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora