4 - OLOR A TRISTEZA

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Al introducirse más, la espesura aumentaba. Era capaz de reconocer muchas señales, aunque no las suficientes. La tierra acumulaba mucha más vegetación, sus pasos debieron moderarse para amortiguar el ruido.

Entre las espinas de un arbusto pudo reconocer algunos rastros de pelo, y la planta un poco aplastada. Por la apariencia de la deformación era obvio que se trataba de un animal con gran tamaño, tal vez un oso, que intentó evitar los pinchazos sin mucho éxito, ya que bastantes de las espinas evidentemente se habían desprendido del tallo al clavarse en la carne.

Esa era una buena presa, una pista notoria. Sin embargo, su concentración estaba enfocada en la Latrodectus.

El atardecer amenazaba entre las pequeñas aberturas en las copas de los árboles y Jol no tenía ningún rastro de la bestia. Sabía que mientras más caminaba más extenso sería su regreso. Nunca había pasado una noche en la intemperie solo. Eso únicamente ocurrió cuando salía con su padre. Decidió desistir por el momento, y emprendió su retorno a la aldea. La decisión amainó un poco su miedo, pero el tembleque seguía presente.

Sin guardar la lanza retrocedió por el camino que lo vio llegar. En su cabeza comenzaron a aparecer las miradas de los aldeanos, esos ojos que le eran familiares, inundados con decepción y menosprecio. Los murmullos al verlo regresar con las manos vacías. Podía imaginar ese engorroso momento.

En medio de esas imágenes recordó los pedidos, las raíces de aralaunas y las alas de escarabajo. Con eso podría obtener algunas monedas para pasar el día y además era posible matar algunas liebres, pese a que eso implicaría otro castigo.

Las aralaunas crecen cerca de los hongos azules, y estos son fácil de encontrar ya que resaltan por su fuerte color y su tamaño logra sobrepasar al de un gato adulto. Pudo encontrar varios de ellos casi de inmediato, una vez identificada la zona propicia empiezan a aparecer como moscas. Con ayuda del cuchillo movió algunos buscando las aralaunas, pequeñas florecitas de pétalos amarillos con un largo pistilo azul. Su única función es la de aromatizar, ya que su olor es muy dulce, siendo las raíces donde este está más concentrado.

Iban cuatro intentos fallidos, el quinto estaba a los pies de un árbol anciano. Jol cuidadosamente se acercó hasta el bulto de hongos, cuchillo en mano, y movió un poco la cabeza para observar. No había rastro de las florecitas, pero dio con algo más llamativo. Tanto los tallos de las setas como las raíces del árbol estaban cubiertas con una singular telaraña. Los hilos eran mucho más gruesos que una de características ordinarias. Al levantar la mirada pudo comprobar que esa tela se hallaba por todos lados, en los arbustos, las ramas en las alturas, cubría las zonas despejadas en la tierra, era un gran entramado.

Uno de sus latidos resonó con fuerza y puso todos su sentidos a la expectativa.

Se mantuvo lejos del terreno cubierto, una decisión sensata por su parte. Todo el mundo ha visto lo que le pasa a los insectos cuando caen en esas redes, y el tamaño de esos hilos no era para bichos. Al analizar con más detalle pudo confirmar esto. Había cadáveres de ardillas y hasta ciervos, envueltos en una bolsa de telaraña. Eso lo hizo retroceder un poco y reducir su tamaño al empezar a moverse agachado.

UN SECRETO EN EL BOSQUEWhere stories live. Discover now