† DIECISIETE †

16 2 2
                                    

† DIECISIETE †

—VICTORIA—

ÚLTIMO CAPÍTULO


Miguel se había quedado junto al cuerpo del joven ángel hasta que amaneció; para ese entonces, la piel estaba fría.

Si no fuera por la sangre que manchaba el blanco traje, o las marcas de los cortes que tenía en gran parte de su rostro, vientre y brazos, habría jurado que dormía. Se le quedó mirando unos minutos más, en un intento de hacerse a la idea de que Haamiah había muerto y que por más que rogara, llorara o gritara, no tenía solución. Se dejó caer sobre sus alas al igual que su amigo y al recostarse vio el cielo con melancolía, con la mente pesada por los cientos de ángeles que fallecieron; y aunque fuera una victoria, no podía dejar de sentirse mal.

El cadáver de Satanás a pocos metros de donde se encontraban les daba la espalda, cosa que Miguel agradeció; se preguntó qué habría pasado por la mente del rival en el último minuto antes de que la imagen de una Dalila que nunca sabría cómo acabó todo apareció. Suspiró. Tanto a ella como a Haamiah les había cumplido, pero se sentía terriblemente triste y no había ningún consuelo alrededor, pues lo único que escuchaba era su propia respiración; era incapaz de moverse, ahora sentía más que nunca las heridas que le dejaban en mal estado: no era el alma lo único que le dolía.

Un grupo de ángeles magullados y con varios cortes por todo el cuerpo, se acercó. En sus rostros se reflejaba la inquietud que debían de tener al ver a su líder inmóvil en el suelo, junto a dos muertos. El rubio tan solo los vio descender hasta a que llegaron al suelo a unos pocos metros de distancia, corrían hacia él con expresión preocupada, y al llegar, hicieron un círculo con él en medio. Miguel lloraba. Por fin se permitía llorar, liberado después de siglos.

Los lamentos llegaron a oídos de los alados, aliviados de encontrar vivo a su colega, y a pesar de las palabras de aliento, ni siquiera les dirigía la mirada. Los mechones de cabello estaban revueltos, sacudidos con violencia en su desesperación al ver al joven agonizar tiempo atrás. No recordaba con claridad los acontecimientos antes de ese momento. El sonido del acero al atravesar la piel de Haamiah era lo único que se repetía en su mente.

Sus camaradas, al verle tan desecho, hicieron un esfuerzo por girarlo para que quedara al menos, observándoles.

—¿San...? —dudó el primero de romper el silencio. El ángel se parecía en apariencia a Haamiah, y aquello hizo que el arcángel evitara el contacto visual. Movió la cabeza con brusquedad, cerrando los ojos.

—Haaiah. Este no es el momento —anunció este al cabo de un rato—. Déjenme solo.

—Lo lamento mucho, pero es que Melahel y yo estamos mirando por los alrededores en busca de los vivos.

—Pues ya vieron que lo estoy. Largo.

El otro ángel resopló.

—Miguel, no haga más difíciles las cosas; ya ha pasado por esto antes y lo ha manejado bien, no es la primera vez. Tenemos que partir. Ya la mayoría de los que han sobrevivido se han encargado de los cuerpos de los demonios y solo quedan usted, el maldito de allá atrás... y su aprendiz. —Tragó saliva—. Por favor, muévase.

El guerrero alzó una ceja ante los miembros de Querubines. ¿No podían dejarle en paz?

—No me jodan.

—¡Levántese! Los humanos proclamados Salvados durante el Juicio van a despertar y podría ser encontrado. ¿Qué cree que pensarán cuando vea un ángel en carne y hueso postrado en el piso? —Una mano abofeteó sin aviso el rostro del arcángel. Continuó—. Haaiah, ve y carga con el cuerpo del joven y llévatelo junto a los otros. Esta noche cuidaremos de los heridos, quemaremos a los demonios y rogaremos por los difuntos.

Pecadora [La salida del Infierno]Where stories live. Discover now