† SIETE: PARTE 3 †

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† CAPÍTULO 7 †

PARTE TRES

Satanás caminó por el estrecho y oscuro pasadizo que comunicaba su guarida con el resto de las entradas, emergiendo por una antigua escalera con forma de caracol, hecha de la misma roca que sostenía todo lo demás. Lograba distinguir algunas imágenes de sus súbditos preparando los últimos detalles para la batalla que por siglos habían esperado; y prefirió mirar para otro lado cuando muchos de ellos comenzaron a arrastrarse por la rojiza arena, con el deseo de tocar con la punta de sus garras o pezuñas las cenicientas plumas que escasamente adornaban de manera lúgubre el par de alas de su Señor.

—¡Mi amo! —gritó el demonio mensajero de antes—. ¡Sus alas! Tiene esas ah... cosas, de los...

—Sí —espetó, impidiendo que el vasallo terminara la frase—. Ya sé lo que tengo o lo que no, y dudo que alguien desconozca la historia y las leyendas. No te incumbe, ¿quedó claro, demonio?

Humillado, se resignó a gruñir a modo de asentimiento. Conociendo de primera mano el cambiante ánimo de Satanás, atreverse a mencionar las alas que pocas veces salían a la luz fue de lo más estúpido que había en mucho tiempo.

—Sí, su alteza. Yo ah... Solo quería decir que eh... —tosió. Varios monstruos emplumados lo observaban desde la espalda del Diablo, regodeándose en silencio, con los ojos brillándoles de diversión.

Sacudió la cabeza para evitar entorpecer todavía más sus palabras, e inclinó el maltrecho torso en una reverencia que rogó, no fuera patética.

»Hacía tiempo no veía sus alas —masculló atropellado, con la mirada cruzándose con el par de antes. «Malditos pajarracos, ¿no tienen trabajo con las brujas?, oh, por qué a mí»—, y pues... es una fortuna poder contemplarlas por última vez.

—¿Por última vez? —susurró, marcando cada palabra.

Tragó saliva, y por primera vez en siglos dentro de aquel mundo llameante, sintió frío.

—Con mi contextura, podría ser un milagro que un demonio como yo venciera sobre un ángel —confesó, a pesar de la dura mirada de su líder. Sin embargo, era verdad, y aunque le molestara, supuso que Satanás lo sabía dentro de sí, pues no recibió una reprimenda a cambio—. No hagas nada extraño.

Suspiró de alivio: había gozado de su clemencia.

—Sí, señor —volvió a inclinarse, y aún en esa misma posición, vio los pies del Diablo alejarse, seguido de la estilizada figura de Dalila.

—Hay quienes tienen suerte —masculló para sí.

—Falta poco —anunció Dalila algunos pasos atrás, erizándole la piel del cuello. Había olvidado su presencia por mantener la cabeza fría, recapitulando la breve estrategia en la que trabajaba desde varias decenas de años atrás. Si tenía suerte en el primer encuentro, no haría falta de demasiados trucos.

—¿Asustada? —sonrió sin dirigirle la mirada. Sabía que desde su lugar, Dalila temblaba a pesar de que aquel momento fuera en buena parte por mérito suyo, al conseguir los pecados. Tenerlos le daba tranquilidad.

Escuchó cómo se reía, mas la voz se le entrecortó en dos ocasiones, delatándola.

—No es eso —trató de defenderse—. Es emocionante emerger, nada más —no tardó más de diez segundos en volver a tomar la palabra—. ¿Los humanos... nos verán?

Por reflejo llevó la mano a la nuca, recordando a los hijos del hipócrita Padre por los que pagaba su eterna condena. Si estuviera en sus manos, se encargaría de ellos primero, incluso antes que de Miguel.

Pecadora [La salida del Infierno]Where stories live. Discover now