† DIEZ †

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† DIEZ †

—LOS PRIMEROS CAÍDOS—


La tierra se hallaba en completa soledad: lo único que demostraba que alguna vez hubo vida en ella eran los montones de cuerpos humanos apilados en las calles, dentro de los autos y en las casas, sin que quedara ni uno solo de ellos en pie.

El cielo en sus tonos grises de la madrugada acompañó en silencio los restos del planeta, como si temiera la posibilidad de un funesto resultado, producto de la batalla que estaba a punto de estallar. Con poco tiempo antes de que todo comenzara, cuando los hombres aún dominaban los rincones del mundo, el pequeño grupo de almas salvadas abandonó su cuerpo, guiados por una cegadora luz que los llevaba con calidez hacia un edificio cuyos pilares hechos en mármol sostenían enormes estatuas aladas y dividían un sinfín de habitaciones, cada una más amplia y resplandeciente que la anterior.

Abrir los ojos supuso un momentáneo dolor de cabeza a causa de la luz repentina, y tomó un par de segundos hasta que los ojos se acostumbraran. Una vez la molestia de un principio había cesado, descubrieron que no se encontraban solos en el desconocido lugar, sino que un pequeño grupo de personas yacían a su alrededor, algunos todavía sin despertar.

Se miraron las caras, absortos por el paisaje: Jonathan, Jennifer, Devon, Natalia y el peculiar anciano contemplaron petrificados los cientos de ángeles que andaban alrededor. Solo un par de aquellas criaturas se acercó, curiosos por los visitantes, pero sin olvidar la cautela que la muerte de Jeliel les había obligado a tener.

—Los Salvados —murmuró uno, incrédulo de lo que sus ojos veían.

—Llegaron —afirmó el segundo, más alto que aquel que había hablado de primero, pero de menor aspecto—. Creí que estaba prohibido.

Su compañero le dedicó una furtiva mirada igual o más confundida que la del colega y con la armadura todavía a medio poner, se giró para dar una ojeada a los ascendidos y seguir en lo suyo.

—Ten cuidado. La mayoría partió ya, ¿es al menos seguro todo esto? —susurró, dolido de desconfiar de aquellas personas; pero dada la situación, no podía correr el riesgo. Sin embargo, el otro apenas alzó las cejas, tomando la iniciativa de dirigirse hacia el pequeño grupo.

—De verdad son ustedes. —Sonrió. Su cuerpo le traicionó e intentó avanzar un poco más, pero logró contenerse a último momento y en vez de eso, les ofreció una sonrisa de costado que parecía brillar como todo lo demás—. Sí, conozco a la chica —continuó, señalando con cierto disimulo a Jennifer, para luego dirigirse a ella—. Eh, oye —le llamó—. Fue muy valiente todo lo que sucedió allá abajo. En realidad, muy pocos le han hecho frente a esa dama desde su decisión... Hasta fue tema de conversación durante unos días —musitó, conteniendo la emoción.

Allá abajo.

—¿Allá... dónde?, ¿cómo dice? —interrumpió la temerosa voz de Natalia.

El anciano, que se había mantenido en silencio todo el tiempo desde que ascendieron, respondió a la pregunta por lo bajo, sin esconder una maliciosa sonrisa que en pocos segundos le adornó el rostro cubierto de arrugas.

—En la tierra, por supuesto. —Cerró los ojos con plena satisfacción.

Apenas pudo terminar, cuando uno de los guerreros, interesado por el grupo que rodeaba a los llegados, caminó hacia ellos casi arrastrando los pies en un intento de no correr. En la espalda, los golpes a modo de un suave vaivén desviaban la atención hacia el arco que llevaba cargado al hombro. Miró con reproche a sus camaradas que se encontraban fuera de sus lugares, y estudió a detalle al extraño viejo. Frunció los labios, meditativo, al comprender lo que sucedía.

Pecadora [La salida del Infierno]Where stories live. Discover now