† DOCE †

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† DOCE †

—SANGRE EN LA TIERRA—

—Como si eso fuera a matarme.

Natalia, aún de cara contra el suelo, forcejeaba con Dalila, quien a su pesar, se encontraba asombrada de la resistencia de la muchacha.

—Bueno, chica, esto solo significa que podré divertirme más.

—¿Ah, sí? —Con ambas manos intentaba levantarse. Poco a poco su cuerpo se separaba del polvoroso pavimento; llevaba una clara desventaja por más que soportara, y le preocupaba que aquello le pasara factura.

—Por supuesto —contestó mientras golpeaba la espalda de la Salvada con el pie, haciéndola caer de nuevo.

—Tienes miedo de los ángeles.

—¿Por qué lo tendría? —Con una mano le hizo dar vuelta, quedando frente a ella. El rostro de Natalia se encontraba raspado en varios lugares, y un moretón se empezaba a notar en la mejilla—. Controla esa boca tuya, empleada.

La otra gruñó por lo bajo. Todavía tenía fuerzas, y parecía que a la demonio se le había olvidado que su rival tenía el arma aún sujeta, por lo que cuando hizo su primer contraataque, Dalila tuvo apenas tiempo para esquivar.

»Para ser una estirada, juegas sucio —dijo, con una mordaz sonrisa adornando su cara.

La pelirroja se abalanzó con fuerza, impactando con la palma de la mano el cuello de su oponente. Esta boqueó en busca de aire, antes de ser golpeada nuevamente en un costado. La visión comenzó a tornarse borrosa y temió morir.

»No sé si soy demasiado blanda contigo porque me agradas o si es porque me divierte torturarte... Solo mírate —se rio a la vez que retrocedía, llevando la cabeza hacia atrás—. ¡Me lleva el Diablo! ¡Te ves terrible!

Natalia aprovechó la distracción de la enemiga para ponerse en pie, que no le resultó tan fácil después de todo, y acercársele. Cojeaba del lado izquierdo y cogía el arma con ambas manos, pues, debido a la poca energía que le quedaba, la sentía más pesada que antes. Si tan solo pudiera enterrar el arma en el pálido cuerpo de la Condenada, todo sería más fácil...

Avanzó tan rápido como pudo para llegar hasta Dalila. Sentía como plomo las extremidades por lo que, al atacar de improviso por segunda vez, a pesar de que la enemiga no se percató, falló el golpe, acertando en el hombro en vez del corazón.

—Oh, no —musitó para sí misma cuando notó que la sádica mujer le miraba a ella y luego a la herida.

—¿Pero qué...? —exclamó. Se tanteó la zona aporreada, con una mueca de asombro en el rostro.

Natalia no le dio oportunidad de reaccionar. Pudo haber atacado de nuevo, pero por más que odiara aceptarlo, no tenía lo necesario para hacerlo. Se encontraba adolorida. Un charco de sangre de buen tamaño marcaba el rastro del camino que había hecho para llegar hasta Dalila. Las alas, por fortuna, no se hallaban rotas, y aunque le costara moverlas, se obligó a ascender. De seguro encontraría a alguno de sus compañeros y recibiría ayuda, pero si lo hacía un demonio o algún condenado...

Haamiah y Devon, ya recuperado, atacaban mientras se defendían de las arremetidas de Pereza y Gula. El ángel esquivaba lo mejor que podía y gracias al entrenamiento que Miguel le había hecho practicar durante años, se sentía más que preparado. En realidad, el combatir le resultaba más fácil de lo que pensó que sería. Y si otros estaban al igual que él, no tenía motivos para temer por la victoria del Infierno.

—¡Bien, chico! —felicitó el alado a su compañero cuando logró inmovilizar a Isaac. Ambos resoplaban y cada pocos minutos se secaban el sudor que les humedecía la frente.

Pecadora [La salida del Infierno]Where stories live. Discover now