† SIETE † PARTE 2 †

20 3 0
                                    

† CAPÍTULO 7 †

PARTE DOS


—¡Mi pueblo! —llamó Satanás desde el punto más alto del rojizo paisaje infernal—. Pronto, muy pronto emergeremos. El tiempo está contado para que la tierra sea testigo de lo que está por venir, y todo por lo que hemos trabajo dará frutos... Nuestros actos..., y los ángeles —rio a mitad de la oración; su voz parecía que hacía vibrar el aire, dándole vida con la maldita llama de la venganza—... Oh, mis viejos hermanos... ¿Qué puedo decir de la antigua familia?

El líder calló un momento en lo que dirigió la mirada a los curiosos seres que eufóricos por las palabras de su rey, comenzaban a acercarse. Aquellos que venían a su espalda agachaban la cabeza, pero observaban a escondidas, con morbo, las cicatrices que parecían palpitar en la carne de Satanás.

Él, más que nadie, estaba disfrutando aquel instante.

Satanás, satisfecho de lo que veía ante él, sonrió, dejando que un leve suspiro saliera de su boca como si se tratara de una criatura enamorada justo después de ver a su amada.

Rojo.

Todo a su alrededor era rojo: un tono que le dejaba absorto en su totalidad.

Pasó la lengua por el borde de ambos labios. ¿Hacía cuánto que no había visto la superficie? Estaba harto de las columnas, de la ceniza... del dolor.

Por fin estaba ante sí la oportunidad de acabar de una vez por todas con todo el recordatorio de la derrota que le costó todo lo que era.

—Cada alma que me acompaña ha sido víctima del tribunal del que se hace llamar Todopoderoso. —Varias voces se alzaron a modo de protesta, apoyándolo. Era cierto, después de todo: ¿quién los había enviado allí, si no fue Yahvé?

Al respirar con la boca abierta, levantó pequeñas porciones de ceniza y polvo que se encontraban adheridas a uno de los pilares de caliente roca. Las siguió con la mirada hasta que continuaron su camino, confundiéndose con el resto de la sangrienta tierra al caer.

De repente, los gritos de sus hombres y esclavos callaron y aquel cambio tan repentino le provocó un hormigueo de adrenalina en el pecho.

El silencio era aterrador. Miles, quizá millones de ojos puestos en él, y todos estaban a la expectativa de lo que su propio dios diría... Y él no pretendía hacer esperar por tanto a su leal audiencia. Después de todo, ya había pasado suficiente tiempo para llegar a aquel día.

La espera fue eterna entre los suyos, incluso para él.

»Rojo —masculló, luego de alzar la cabeza con solemne lentitud—. Todo lo que verá el pueblo de Yahvé será rojo; el suculento color de la sangre, el aroma de la vida agotándose. ¡Ese hermoso, placentero y vicioso color, ensombreciendo la pureza de esas estúpidas alas de las que están tan orgullosos! —gritó con odio; ¡¿cómo podían haberle hecho eso a él?!, ¡sus propios hermanos! Lo pagarían, ¡iban a padecer lo mismo que le hicieron sufrir! Despojados, desterrados... La muerte era incluso más piadosa que un destino así—. ¿Para qué las tienen, si no es para presumirlas? Bastardos, ¡engendros!, otro tipo de demonios que modifican las leyes a su antojo. Malditos manipuladores. Oh... —rio—, pero pronto verán esos... esos hijos del... —Carraspeó, obligado a detenerse. Dirigió una mirada a los demonios de más alto mando a su lado y cerró los ojos antes de volver la vista al frente. Debía tener cuidado de mantener una buena impresión si no quería contratiempos en la superficie.

»En fin. —Acarició con divertida cautela uno de sus cuernos. Quizá era el subidón de hacía un instante, pero notaba cómo gordas gotas de sudor recorrían su espalda, escociéndole al acercarse a las heridas—. Supongo que saben a qué me refiero.

Pecadora [La salida del Infierno]Where stories live. Discover now