† OCHO †

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† CAPÍTULO 8 †

—CÁLIDA BIENVENIDA— 


Los rostros de los siete pecados estaban desencajados de miedo al ver al Diablo frente a ellos. El adolescente del grupo sujetaba su cabeza como si con ello pudiera frenar el alarido que brotaba de su boca, y el que parecía provenir del mismo sitio que este, temblaba más con cada lágrima que caía al suelo. El resto había caído de rodillas y permanecían como estatuas, fríos de terror, con la mandíbula desencajada y la piel más pálida que la del mismo Satanás.

El rey observó de soslayo a la que los había traído, confuso por la calidad de las ofrendas. Un niño..., era despiadado incluso para Dalila.

—Al parecer tenías demasiada prisa por cumplir la profecía —el aliento golpeó contra el oído de la dama y unos cuantos cabellos se movieron con lentitud.

Dalila cerró los ojos, evitando cruzar la mirada con él. Su repentino regreso apenas tras emerger le avergonzaba, y era incapaz de reconocer si las palabras que recibió de su jefe al volver eran sinceras o mordaces.

«No había nada que pudieras hacer —le había dicho al verla de nuevo. Entonces, no habría podido decidir cuál rostro emanaba más miedo: si el de los pecados ahora, o el de ella—. Para el Juez no eres más que un poco de suciedad. No dudaría en matarte, y lo haría de un solo golpe: en ese momento, estabas en su terreno; ni siquiera yo intentaría enfrentarlo ahí».

—¿Son los indicados? —inquirió el demonio.

—Tienen que serlo.

Satanás apretó los labios. Sentía cómo cada una de las chamuscadas plumas se agitaban de frustración: especímenes así lograrían poco en realidad en medio de la guerra, si los comparaba con uno de los ángeles de mayor poder.

«Aun así... —repasó las aterrorizadas miradas de todos—, no serían solo ellos...»

—Bien, está decidido —rompió el silencio al cabo de varios minutos de tensión.

Con una vaga sonrisa se acercó al grupo, arrugando la nariz al descubrir que despedían un fuerte hedor a humano que casi había olvidado. Si se detenía a detallarlos, podía presenciar ante él los numerosos pecados que habían cometido toda su vida hasta aquel momento; y aunque no eran tan graves como le habría gustado, la fuerza que provenía de ellos era suficiente para soportar lo que seguía. Pasó los largos dedos por entre el cabello, aliviado de la agradable sensación.

»Servirán —declaró a Dalila al haberlos estudiado—. Espero no retractarme, por tu propio bien.

Dalila se adelantó hasta llegar a la par del rey, con el pecho hinchado de orgullo por el elogio de su líder.

—En ese caso —el viento seco le sacudió el cabello, y tuvo que alzar la voz para que se le escuchara en el amplio espacio—, ¡bienvenidos a casa!

Miró con placer los rostros de confusión y miedo que le dedicaban a ella y más que nada, a la temible figura que se alzaba entre todos. Debía parecer un monstruo incluso a su lado: el par de cuernos, las huesudas y peladas alas y los ojos rojos rodeados de profundas ojeras. La sola mirada podía dejarla petrificada. En definitiva, parecía de otro mundo.

—¡¿Casa?! —gritó Allison luego de un rato, al percatar el silencio a su alrededor, sin deseos siquiera de fijarse, menos reconocer en totalidad el sitio en que se hallaba. Se dirigió a Dalila—. ¿Qué demonios es esto? ¿Eh? ¡¿Puedes explicar por qué p...?!

Satanás observó de lado a la culpable de que esos hombres estuvieran ahí frente a él, y Dalila temió que se retractara y le reprochara que aquello era una pérdida de tiempo.

Pecadora [La salida del Infierno]Where stories live. Discover now