† NUEVE †

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† CAPÍTULO 9 †

—EL JUICIO—


—Di tu nombre y lugar de procedencia, por favor.

El Juez del Cielo había vuelto y con él, todas las almas humanas que formaban una enorme hilera tras de sí, llena de millones de humanos que nerviosos, esperaban que sus pecados no fueran tan graves y así librarse de las torturas de infierno. Se miraban unos a otros, en busca de alguna respuesta a todo lo que estaba sucediendo tan repentinamente: no querían creer que la figura que les guiaba era un ángel, pero cada vez costaba más hacerse una idea distinta. El ángel se hallaba sobre un trono color plata, con los brazos reposados en los costados repletos de detalles inscritos justo donde caía su mano. La clara imagen que los adornaba, una espada dorada con tres pares de alas a los lados y bajo esta, una cruz invertida de color carbón. A pesar de no entender el motivo por el que los habían llevado a aquella eterna sala, tenían la oscura certeza de que una vez se toparan cara a cara con la inmensa figura, no habría vuelta atrás.

La multitud era dividida dependiendo de la edad que tenían comenzando por los más jóvenes: desde los once años hasta los veinte; los que tenían desde veintiún años hasta los cincuenta, y un tercer grupo con todos los demás.

Las mujeres, madres de familia, chillaban el nombre de sus hijos a tal punto que parecía que sus gargantas estaban a nada de sangrar. Decían que al despertar de lo que fue una súbita pérdida de la consciencia, no los tenían a su lado; sin embargo, nadie veía un solo niño y los más pequeños se apretujaban entre sí, como si se consolaran unos a otros, observando cómo la fila avanzaba con una lentitud que generaba angustia en la mayoría de aquellos que habían tratado de escapar, para ser interceptados por el puñado de ángeles menores que debido a la poca preparación que tenían, no participarían en la guerra.

No le otorgarían el gusto a Satanás de cumplir el propósito por el que había esperado paciente el enfrentamiento: si el resto de la raza divina desaparecía, ellos y el Juez, serían los únicos representantes de Yahvé que quedarían.

—Nombre y lugar de procedencia —murmuró irritado por décima vez—, por favor.

Nadie de entre los millones de personas, a excepción de las señoras desesperadas, formulaba sonido alguno. Lo único que cortaba de vez en cuando sus voces, era el amargo tono del ángel.

—Nombre —suspiró con pesadez— y lugar de procedencia —exhaló.

Esa vez no terminó en por favor, y quizá por ello fue por lo que uno de los jóvenes de poco menos de veinte años que estaba frente a él, contestó a la orden a pesar de estar en el segundo tercio de la fila.

—Eh... —susurró tembloroso, avergonzado y tal vez, aunque no lo quisiera admitir, arrepentido de tomar la primera palabra—. Isaac. De Estados Unidos, pero... he vivido en Chile la mayor parte de mi vida y llevo el apellido de mi madre... Así que... Isaac. Soy Isaac Cortés. De eh... Chile, señor.

Apenas terminó de hablar, un libro apareció en el regazo del Juez, tan grande que podría jurar que el último del grupo leería las frases sin problema, y el muchacho apreció con horror y admiración las palabras también doradas como todo lo demás, que sobresalían de la cubierta del objeto.

—Libro de la Vida —leyó en voz baja, casi como una respiración, aunque al decirlo le faltó el aire.

La penetrante mirada del Juez sobre él, con sus ojos entornados y la expresión vacía, hizo que los breves segundos que parecieron años. En ese breve lapso, Isaac sintió como escudriñaban dentro de él, revelando hasta el mínimo detalle oculto, escarbando secretos de los que él ni siquiera tenía conocimiento.

Pecadora [La salida del Infierno]Where stories live. Discover now