† QUINCE †

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† QUINCE †

—LOS RESTANTES—


Era la tercera noche de guerra y todavía no había una idea clara de quién sería en vencedor. La cantidad de demonios que luchaban aún era poca, casi diminuta, en comparación a los que combatieron al principio; sin lugar a dudas, el mayor problema era el grupo de los Condenados.

Devon había logrado escapar de las garras de Satanás y ahora se enfrentaba a Damián, que luchaba con un ángel de un rango demasiado bajo; se aprovechaba de él y hacía cortes al azar, como si jugara con el alado. Estaba tan distraído que no se percató de cuando el Salvado avanzó a toda velocidad hacia él hasta que el momentáneo pinchazo que le ocasionó la punta de la espada que el enemigo llevaba le golpeó, pero antes de que pudiera articular cualquier palabra, un malestar mucho mayor le encegueció.

Devon admiró complacido la cabeza que se desprendía del cuerpo del pecador, que caía pesadamente. El rostro había quedado petrificado en una mueca que supuso reproche, con la lengua por fuera y un ojo medio cerrado.

Observó a su alrededor.

El oscuro manto les cubría por completo, escondiéndolos entre las sombras, donde era más difícil el ser visto. Pero ello mostraba también una desventaja: los demonios eran más fuertes en la noche.

Aguzó la vista. Cada minuto se hacía más fácil combatir, pero temía al cansancio. Suspiró aliviado cuando al oeste del campo de batalla, encontró a dos mujeres se enfrentarse.

Allison guerreaba con Natalia, ambas con espada en mano, con la vida en juego. El acero soltaba leves destellos cada que ambas armas se golpeaban; cada golpe acertado significaría la victoria, como cada herida recibida significaría la muerte. La tensión se apoderaba de ellas, en silencio, les preocupaba no terminar la confrontación jamás.

—Te pareces tanto a los otros —musitó Allison con una sonrisa en el rostro—. Luchando hasta fallecer. Tan inútiles..., tan estúpidos.

—No me compares contigo, plaga.

Ambas atacaron hacia arriba, por lo que el impacto las hizo retroceder un poco.

—¿Yo? ¿Una plaga? —inquirió entre risas—. Lo gracioso es que todos los ángeles enclenques me dicen eso antes de marcharse. Oh, niña, no sabes que acabas de firmar tu sentencia de muerte.

Allison actuó demasiado rápido. Incluso para los ojos de la ágil Natalia que no la vio venir hasta que no hubo escapatoria. Justo en la espalda alta, cerca de los hombros, el arma descargó toda la fuerza aplicada. Una de las alas quedó a medio mutilar. La Condenada ladeó la cabeza divertida, y cuando su rival dio un alarido de sufrimiento, supo que había obrado a la perfección; no había manera de que su pudiera recuperar, no después de eso.

—¡A volar, ave! —dijo entre risas que parecieron más un quedo gruñido, y la golpeó en el oído haciéndola tambalear. Debido al tajo no pudo equilibrarse y cayó al vacío en medio de llanto.

En lo alto observó durante un instante el impresionante perfil del arcángel en quien todos tenían la fe, y a pesar de todo, intentó detener su llanto y confiar en que ganarían.

Satanás había mandado a Daniel a pelear contra el arcángel guerrero y al ex oficial no le quedó de otra más que aceptar; temeroso del experimentado ángel, se acercó en tono desafiante. No podía echarse para atrás, no cuando tenía la posibilidad de aniquilarlo; sin embargo, la batalla fue injusta desde un comienzo: el rubio no le dio oportunidad de preparar algo puesto que apenas le vio, voló hasta él para atacarlo sin piedad, mas cuando quiso a asestar el cuarto golpe, la espada del Pecado lo detuvo. Pero aquello no iba a detenerlo ahora que tomaba justicia por sus amigos perdidos y los colegas que aquel pecado asesinó.

Las primeras luces de la aurora iluminaban con su brillo lechoso el claro cabello de líder de las tropas celestiales, como si el mismo Yahvé le brindara su fuerza. Parecía un héroe legendario, una deidad vengativa que venía a limpiar la plaga que se apoderaba del mundo; Gula simplemente no era capaz de hacerle daño alguno y, como esperó, Satanás se percató de ello.

Llegó por detrás del blanquecino alado y, cuando Daniel creyó que venía en su socorro, observó petrificado a su líder pasar de largo hasta él; jadeó temeroso cuando sacó una gran espada similar a la del ángel y Miguel quedó mudo cuando vio cómo el demonio abría en canal al pecado. La sangre corrió espesa y en demasía hasta que no se pudo mantener en su lugar.

Allison aún necesitaba más poder y sus próximas dos presas serían Haamiah y Devon. Cuando estos se encontraron distraídos, en busca de municiones para el arco del ángel, ella se acercó. Iba a toda prisa, en busca de acabar con rapidez, pues era lo suficientemente sensata como para creer que enfrentarse a dos hombres a la vez era pedir demasiado.

Para su mala suerte, ya la habían notado varios metros antes de que ella pudiera llegar. Haamiah, haciendo uso de las tres últimas flechas que le quedaban, alistó la primera: tenía como objetivo a la muchacha. Tensó la cuerda y sin respiración, la soltó como acostumbraba a hacer. La mujer se movió apenas vio el proyectil dirigirse a ella. Un corte profundo se hizo presente en su rostro; cuando giró a ver de nuevo al par de hombres, el destello color plata de la espada de Devon le hizo llorar los ojos y no pudo ver nada por unos cuantos segundos. El dolor le recorrió la espina dorsal. Un nuevo tajo en su pierna le hizo gritar, blandía el arma en medio de una roja ceguera. ¡No podía morir! ¡No lo permitiría!

—¡Imbéciles! ¡Tarados! —espetó—. ¿No me pueden hacer nada más? ¡Son unos inútiles!

El ángel cargó su penúltima munición.

—Me das asco. Asesinaste a mi familia como si no valieran nada. Tú y los demás son tan... repugnantes. Ni siquiera siento lástima por ustedes.

A la espalda de la condenada, Devon se acercaba con el arma en alto.

—Esto no los traerá de vuel... —escupió.

No terminó la oración. Puso los ojos en blanco y en medio de su desespero tanteó al costado. Podía sentir su propia carne bañada en sangre, pero sus gritos eran inexistentes para los dos hombres que apenas le hacían caso. Total, ya había asesinado a muchos seres. Su muerte era lo mejor.

Devon advirtió sonriente el cuerpo de Allison al caer y, al girar en dirección a su aliado, guiñó un ojo.

—Buena jugada. —Se encogió de hombros, avergonzado por el repentino cumplido; de repente se sentía mareado de emoción, lleno de energía—. Debo irme, Haamiah, tal vez algún otro aliado necesita ayuda. No olvides buscar más munición, ya no queda nada.

El ángel asintió, respetuoso.

—No mueras.

—Tú tampoco. —murmuró antes de desaparecer.

Pecadora [La salida del Infierno]Where stories live. Discover now