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Una noche, una lista.
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Mis pies me picaban por culpa del césped mal cortado del bosque.

—Manta, ramas, marcador negro, linterna, silla, almohada y soga —repetía Liam verificando todo lo que había traído en ese cajón de madera viejo—. Tenemos todo. Ya podemos comenzar.

Nos encontrábamos entre dos enormes árboles: el primero, que era el que sostenía la casa del árbol, y el segundo, que era el que teníamos a nuestra derecha. Liam había dicho que era buena idea no alejarnos mucho de allí ya que... bueno, era realmente peligroso y, por alguna razón que desconozco, él había mencionado que íbamos a usar los árboles para hacer algunos ejercicios del entrenamiento.

—¿Y se puede saber para que es eso? —Señalé el pequeño parlante portátil que cargaba en su hombro.

—Espera, cosita ansiosa —dejó caer el cajón de madera al suelo y sobre el colocó el dispositivo. Le dio clic en el botón de encender, me sonrió maliciosamente, buscó una canción canción específica y apretó el botón de reproducir—. Bienvenida a tu primera clase con el profesor Liam.

Empezó a sonar la tipica canción de combate que sonaba en las pelis cuando los protagonistas peleaban.

Fruncí el ceño y crucé los brazos mientras me reía para no llorar.

—Dime que esto es broma —Liam negó con su cabeza—. No puede ser —Liam asintió con su cabeza—. Nos van a escuchar, idiota. Apagalo ya —le ordené señalándolo con el dedo.

—No nos escucharán —me aseguró— y si lo hacen ya estarás preparada para darles un buen puñetazo. Luego de eso créeme que no recordarán nada.

Me reí sarcásticamente.

—No sé si eso es un halago o...

—La música motiva, ¿a qué sí? —me preguntó Liam, emocionado lanzando puñetazos al aire.

No pude evitar sonreír ante su gesto.

—Sí, me motiva a pegarte un buen puñetazo.

Liam se acercó hacia mí con pasos lentos demostrando un buen porte. Después, me tomó del cuello, de una forma para nada bruta, y juntó su boca con la mía solo por unos segundos.

—¿Ya te dije que me gustas más cuando te enojas? —inquirió jugando con su piercing.

Volteé los ojos.

—Como unas veinte veces, sí.

—Esto de que hayas aprendido lo que es el ego no me agrada —confesó enarcando una ceja.

—Pues será mejor que te empiece a agradar.

Su mirada bajó hasta llegar a mí boca y...

—Empezaremos con golpes —explicó alejándose de repente, dejándome atontada asintiendo como una idiota.

Cuando reaccioné, me apresuré a abrir la boca cuanto antes:

—¡Eso no vale! ¡Estás jugando sucio! ¡Me estás manipulando!

Pero nunca me llegó a escuchar debido a que él, por otro lado, ya le estaba subiendo más el volumen al parlante.

Efecto Mariposa ©Where stories live. Discover now