Capítulo 22. Cal y Arena.

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Habían pasado ya unos cuantos días desde que Jimin había depositado la magia para la esfera de nacimiento de su bebé. Se sentía cansado conforme avanzaba el tiempo, ya que tenía que darle su magia a menudo para que siguiese creciendo. Yoongi había mandado sellar con magia muy poderosa la puerta de la torre y había puesto a sus guardias de mayor confianza a vigilar la torre y a hacer las guardias para que nada pudiese pasarle al pequeño bebé que crecía en aquel lugar.

Habían dejado pasar un par de semanas para que el nacimiento de Donghwa y la recuperación tanto del pequeño como de su madre, los dejasen asistir a la unión de Yoongi y Jimin y a la coronación del joven silfo como nuevo rey de Eria.

Esa mañana, Jimin se había despertado temprano, demasiado temprano a decir verdad, extrañando profundamente el olor cítrico de Yoongi en las sábanas limpias y en la suave almohada de plumas de su antiguo dormitorio. Se desplazó descalzo por la habitación, tan feliz que tenía ganas de bailar. Había llegado el día.

Contempló la escarcha en las ventanas y luego cubrió su cuerpo con una gruesa bata para deslizarse como un fantasma por los pasillos del castillo hacia la torre donde se estaba gestando su bebé. Al pie de las escaleras vio a su amigo el Tanket que bostezaba lánguidamente ante un libro de tapas marrones desgastadas.

-Jungkook, buenos días-saludó el silfo alegremente. El joven levantó la cabeza de su lectura y se puso de pie de inmediato.

-Jimin-dijo sorprendido. Realizó una reverencia torpe con todo su cuerpo y la silla a su espalda se tambaleó por el movimiento brusco. Jimin esbozó una tierna sonrisa y se acercó a su amigo a paso lento. Lo hizo incorporarse de nuevo y mirarlo a los ojos.

-No hagas eso, somos amigos-pidió en un susurro intentando evitar que una risilla escapase de sus labios.

-Hoy vas a convertirte en el rey de Eria...-comenzó a decir el joven con aprensión mientras volvía a colocar la silla en su lugar.

-Eres mi amigo, que hoy pase lo que tenga que pasar, eso no cambiará nuestra amistad-replicó Jimin mirando fijamente al Tanket. Este agachó la mirada avergonzado un segundo y luego volvió a mirar a los ojos al joven silfo.

-Es un honor que tanto Yoongi como tu me consideréis vuestro amigo-admitió Jungkook con una sonrisa. A Jimin se le caldeó el corazón en aquel instante mientras recordaba por un segundo la vida nómada y errante que aquel joven que tenía delante había llevado hasta llegar al castillo. Ahogó un gemido y retiró la vista un segundo para no echarse a llorar, y luego volvió a mirarlo a los ojos. Aquellos ojos oscuros como el carbón volvieron a darle las gracias.

-Ves, y a Yoongi no le haces reverencias-se quejó Jimin sin poder reprimir una sonrisa mientras intentaba desviar un poco el tema. Jungkook se contagió de su gesto y sonrió también.

-Tienes razón, no lo haré más, ha sido un impulso-aclaró el joven hijo del fuego. Ambos asintieron en una promesa silenciosa.

-¿Puedes ayudarme a quitar el sello de la puerta?-preguntó Jimin. Desde que Yoongi había visto el lugar de gestación de su bebé, había mandado sellar el lugar con magia sagrada que únicamente podía ser retirada con cierto tipo de magias y había registrado las de sus amigos de mayor confianza para que pudiesen ayudar a Jimin si fuese necesario.

-Claro, vamos-aceptó el más joven dándole paso. Jimin se recogió los bajos de la bata para no pisarla y subió los escalones poco a poco hasta llegar a la puerta de madera. El Tanket siguió sus pasos.

Entre los dos, invocaron sus poderes sagrados que reaccionaron ante la magia de la puerta. El sello cedió a los pocos segundos e inmediatamente Jimin se despidió del moreno, que ya se estaba dando la vuelta para bajar por las escaleras y se internó en la habitación contemplando ensimismado la bolita brillante que refulgía levemente esperando la energía del silfo.

ERIA/YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora